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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

CUARENTA Y TRES.<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Contemplaba con melancolía las persianas rotas y grasientas; una colilla colgaba de sus<br />

pegajosos labios. <strong>El</strong> verde resplandor enfermizo de la pantalla iluminaba su agobiado y<br />

macilento rostro. Silencioso, tenaz, invadía el ordenador.<br />

A 10 000 kilómetros ella le abría sus anhelantes brazos. Sentía su aliento en la mejilla,<br />

mientras sus delicados dedos le acariciaban el cabello largo y castaño. Su camisón se abrió<br />

seductoramente, mientras él acariciaba las ondulaciones de su cuerpo a través de la fina<br />

seda.<br />

—Amor mío, no me abandones... —susurró ella.<br />

De pronto se rompió el embeleso de la noche; otra vez aquel sonido. Paralizado, contempló<br />

el tormento de la noche. Una luz roja suplicaba al otro extremo de la negra estancia. La<br />

alarma de su localizador entonaba su fascinante canto.<br />

A las seis y media de la madrugada del domingo Martha y yo estábamos soñando, cuando<br />

el hacker penetró en mi trampa electrónica. ¡Maldita sea! Y con lo maravilloso que era el<br />

sueño.<br />

Salí de debajo de los edredones y llamé a Steve White. Se lo comunicó al Bundespost y, a<br />

los cinco minutos, la localización había concluido. De nuevo Hannover, el mismo<br />

personaje.<br />

Desde mi casa no podía observarle, se habría percatado de mi presencia. Pero si ayer había<br />

acabado de leer todas nuestras fichas ficticias SDI, ¿qué podía querer ahora?<br />

Hasta que llegué en mi bicicleta al laboratorio no me enteré de sus objetivos. Las copias<br />

mostraban que había conectado con mi ordenador de Berkeley, a continuación había<br />

pasado a Milnet y entonces intentó conectar con un sistema en la base de las fuerzas aéreas<br />

en Eglin.<br />

Probó palabras como «invitado», «sistema», «director» y «campo»..., todos sus viejos<br />

trucos. Pero el ordenador de Eglin, que no se andaba con menudeces, le expulsó al cuarto<br />

intento. Entonces volvió al ordenador de control europeo de Milnet y lo intentó de nuevo,<br />

pero en vano.<br />

Al cabo de sesenta ordenadores, no había podido infiltrarse todavía en ningún sistema<br />

militar. Pero no dejaba de intentarlo.<br />

A la 1.39 de la tarde logró conectar con el centro de sistemas de vigilancia costera de la<br />

armada, en la ciudad de Panamá, Florida. Consiguió introducirse con el nombre de cuenta<br />

«ingres», acompañado de la clave «ingres».<br />

<strong>El</strong> software de base de datos ingres nos permite inspeccionar millares de fichas, en busca<br />

del dato que necesitemos. Se le pueden formular preguntas como «¿Cuáles son los quasars<br />

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