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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

ventanillas de sus vehículos. Por fin llegamos a la ciudad llena de luces, abandonamos el<br />

coche y nos dirigimos a un espectáculo flamenco.<br />

Llegamos al distrito de la Misión, sector latino de la ciudad, y nos encontramos con una<br />

iglesia católica llena de público impaciente.<br />

—Nos vemos obligados a retrasar el espectáculo porque ninguna de las luces funciona —<br />

dijo la tímida voz de un rostro que emergió entre las cortinas.<br />

Entre las protestas del público, Martha se puso en pie y me empujó hacia el escenario. Yo<br />

tenía todavía mi permiso de electricista y ella había colaborado muchas veces en la parte<br />

técnica de producciones de aficionados. Detrás del escenario, los «baílaores» de flamenco<br />

con sus vistosos atuendos fumaban y paseaban como tigres enjaulados, pataleando el suelo<br />

y mirándonos con desconfianza. Martha comenzó a desenredar un montón de cables entre<br />

bastidores, mientras yo localizaba el fusible fundido. Un rápido cambio de fusibles y,<br />

¡abracadabra!, se iluminó el escenario.<br />

Los artistas nos aplaudieron y vitorearon, y, en el momento en que Martha acabó de<br />

enrollar cuidadosamente el último cable y ajustar el cuadro de mandos, el presentador nos<br />

obligó a salir al escenario para darnos las gracias. Cuando logramos alejarnos de las<br />

candilejas, disfrutamos del espectáculo flamenco; aquellos personajes nerviosos y ceñudos<br />

que habíamos visto entre bastidores se convirtieron en elegantes y ágiles bailarines.<br />

Cuando salimos subimos a un autobús conducido por una viejecita que, tanto por su<br />

aspecto como por su lenguaje, recordaba a Annie del remolcador. Después de maniobrar<br />

con soltura el .vehículo por las abarrotadas calles, nos depositó frente a la sede feminista,<br />

en la calle Dieciocho, donde las damas de la orden Wallflovver bailaban y narraban<br />

historias feministas y de protesta social.<br />

Una de las danzas era sobre Wu Shu, legendario mono chino que derrotó a los avariciosos<br />

caudillos y devolvió la tierra a los campesinos. Desde mi palco reflexioné acerca del<br />

acierto político de los monos. ¿Era yo un peón de los caudillos? ¿O un mono sabio que<br />

estaba de parte del pueblo? No estaba seguro y opté por no pensar en el hacker para<br />

disfrutar del espectáculo.<br />

Por fin acabamos bailando al ritmo de una orquesta de blues, cuya vocalista, Maxine<br />

Howard, es una cantante sensacional y la mujer de mayor atractivo sexual en la historia de<br />

la humanidad. Empezó a elegir gente entre el público para bailar con ella en el escenario, y<br />

entre todos vencimos las protestas de Martha para que subiera a las tablas. En pocos<br />

minutos, tanto ella como las demás víctimas vencieron el nerviosismo y pasaron a formar<br />

un conjunto bastante sincronizado, gesticulando al estilo de las Supremes. Nunca se me ha<br />

dado muy bien el baile, pero a eso de las dos de la madrugada me encontré dando brincos<br />

con Martha y levantándola por los aires...<br />

Saturados finalmente de cultura y emoción, fuimos a acostarnos a casa de un amigo en el<br />

distrito de la Misión. Al cabo de lo que parecían pocos minutos, después de colocar la<br />

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