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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

la policía de las fuerzas aéreas, pero esto no significa que esté de acuerdo con todo lo que<br />

representan los militares.<br />

—Sí, pero tienes que decidir cómo quieres vivir tu vida —dijo Martha—. ¿Quieres<br />

dedicarte a ser policía?<br />

—¿Policía? Claro que no, soy astrónomo. Pero nos encontramos ante algo que amenaza<br />

con destruir nuestro trabajo.<br />

—Eso no lo sabemos —replicó Martha—. Puede que, desde un punto de vista político, ese<br />

hacker esté más cerca de nosotros que esos agentes secretos. ¿No se te ha ocurrido que<br />

podrías estar persiguiendo a alguien de tu propió bando? Tal vez pretenda desenmascarar<br />

los problemas de la proliferación militar. Una especie de desobediencia civil electrónica.<br />

Mi propia opinión política no había evolucionado mucho desde fines de los años sesenta...,<br />

una especie de mescolanza confusa de nuevo izquierdismo. Nunca me había preocupado<br />

particularmente la política y me consideraba un no ideólogo inofensivo, que procuraba<br />

eludir compromisos políticos desagradables. Me resistía al dogmatismo de la izquierda<br />

radical, pero indudablemente tampoco era conservador. No sentía deseo alguno de<br />

confraternizar con los federales. Y sin embargo ahí estaba, codeándome con la policía<br />

militar.<br />

—La única forma de averiguar quién se encuentra al otro extremo de la línea, consiste en<br />

seguir las conexiones —respondí—. Puede que éstas no sean nuestras organizaciones<br />

predilectas, pero las acciones concretas en las que cooperamos no son nocivas. No es como<br />

si me dedicara a transportar armas para la contra.<br />

—Anda con mucho cuidado.<br />

TRECE.<br />

Mis tres semanas habían casi terminado. Si no capturaba al hacker en las próximas<br />

veinticuatro horas, el laboratorio daría por finalizada mi búsqueda. Instalado en la sala de<br />

conexiones, daba un salto cada vez que se abría una línea.<br />

—Entra en mi salón —le dijo la araña a la mosca.<br />

Y, efectivamente, a las 2.30 de la tarde, la impresora pasó una página y el hacker conectó<br />

con el ordenador. A pesar de que en esta ocasión utilizaba una cuenta robada, la de Goran,<br />

estaba seguro de que se trataba del hacker; verificó inmediatamente quién utilizaba el<br />

ordenador. Al darse cuenta de que no había ningún operador presente, buscó la brecha en<br />

el Gnu-Emacs y comenzó a realizar una serie de delicadas piruetas, para convertirse en<br />

superusuario.<br />

Yo no le observaba. Un minuto después de que conectara, llamé a Ron Vivier de Tymnet y<br />

a Lee Cheng de la telefónica.<br />

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