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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

—¿Una hora o dos? ¿Estás bromeando? En diez segundos tú localizas las líneas de Tymnet<br />

desde California, vía satélite, hasta Europa. ¿Por qué no pueden hacer ellos lo mismo?<br />

—Lo harían si pudieran. La central telefónica que utiliza el hacker no está informatizada y<br />

el técnico necesita tiempo para localizar la llamada.<br />

Últimamente el hacker había hecho breves apariciones de unos cinco minutos. Suficiente<br />

para despertarme, pero no para localizarle. ¿Cómo podría retenerle durante un par de<br />

horas?<br />

<strong>El</strong> Bundesposi no podía tener técnicos de guardia permanente. A decir verdad, sólo podría<br />

mantener unos días más el servicio de vigilancia. Disponíamos de una semana para<br />

finalizar la localización. Después del próximo sábado retirarían a los técnicos.<br />

No podía obligar al hacker a que conectara a horas oportunas, ni controlar la duración de<br />

sus conexiones. Iba y venía a su antojo.<br />

CUARENTA.<br />

— ¡Despierta, holgazán! —me dijo Martha a la hora inhumanamente temprana de las<br />

nueve de la mañana de un sábado—. Hoy tenemos que preparar la tierra para plantar los<br />

tomates.<br />

—Estamos en enero —protesté—. Todo está aletargado. Los osos están aletargados. Yo<br />

estoy aletargado —agregué cubriéndome la cabeza con las sábanas, sólo para que ella las<br />

retirara de un tirón.<br />

—Ven al jardín —insistió, agarrándome fuertemente de la muñeca.<br />

A primera vista parecía que yo tenía razón; todas las plantas estaban secas y macilentas.<br />

—Mira —dijo Martha, agachándose junto a un rosal, para mostrarme unos brotes rosáceos.<br />

Entonces me mostró el ciruelo y, al contemplarlo detenidamente, vi un sinfín de diminutas<br />

hojas verdes que emergían de sus ramas desnudas. Pobres plantas californianas sin un<br />

invierno para descansar.<br />

Martha me entregó una pala y comenzamos el ciclo anual: arar la tierra, agregar fertilizante<br />

y plantar las diminutas tomateras en sus correspondientes surcos. Cada año plantábamos<br />

meticulosamente distintas variedades, con diferentes períodos de maduración, a lo largo de<br />

varias semanas, para disponer regularmente de tomates durante todo el verano. Y cada año,<br />

todos y cada uno de los tomates maduraban el 15 de agosto.<br />

Era un trabajo lento y pesado por la cantidad de arcilla que contenía el suelo y por la<br />

humedad de las lluvias invernales. Pero por fin acabamos de remover la tierra, mugrientos<br />

y sudados, y tomamos una ducha antes del almuerzo.<br />

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