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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Pero el KGB no compraba sólo las copias. Al parecer, Hess y compañía habían vendido<br />

también la técnica: cómo infiltrarse en los ordenadores Vax, qué redes hay que utilizar para<br />

cruzar el Atlántico y los detalles operativos de Milnet.<br />

Todavía más importante para el KGB era obtener información científica sobre la<br />

tecnología occidental, como el diseño de circuitos integrados, la fabricación asistida por<br />

ordenador y, muy en especial, programas operativos sujetos a control de exportación<br />

estadounidense. Les ofrecieron un cuarto de millón de marcos alemanes por el sistema<br />

operativo VMS de Digital Equipment...<br />

Según parece, Peter Cari y Dirk Bresinski se reunieron una docena de veces con agentes<br />

del KGB, a quienes suministraron muchos de sus pedidos: el código de base del sistema<br />

operativo Unix, diseños de circuitos integrados de alta velocidad de arseniuro gálico y<br />

programas informáticos para el diseño de circuitos informáticos de memoria.<br />

<strong>El</strong> código de base del Unix, por sí solo, no vale ciento treinta mil dólares. ¿Los diseños de<br />

circuitos? Quizá. Pero un programa sofisticado de diseño informático..., bien, puede que al<br />

KGB le saliera a cuenta.<br />

Hagbard no se contentaba con los marcos alemanes. Exigió cocaína. Y el KGB estaba<br />

dispuesto a suministrarla.<br />

Hagbard le pasó parte del dinero (pero no de la cocaína) a Hess, a cambio de copias<br />

impresas, claves e información de la red. <strong>El</strong> dinero de Hagbard sirvió para pagar las<br />

cuentas telefónicas, que a veces ascendían a mil dólares mensuales, ya que conectaba con<br />

ordenadores de un extremo al otro del planeta.<br />

Hess lo grababa todo. Conservó notas detalladas en un cuaderno y todas las sesiones en<br />

disquetes. De ese modo, después de desconectar de un ordenador militar, podía imprimir<br />

las partes interesantes, para pasárselas a Hagbard y al KGB.<br />

En la lista de pedidos del KGB figuraba información sobre SDI. Cuando Hess lo supo, se<br />

dedicó a buscarla y la «operación ducha» de Martha le facilitó abundante forraje.<br />

Pero ¿podía el KGB confiar en aquellas copias? ¿Cómo podían estar seguros de que<br />

Hagbard no se lo inventaba para financiar su adicción a la coca?<br />

<strong>El</strong> KGB decidió investigar el círculo de hackers alemanes. La mítica Barbara Sherwin era<br />

la forma perfecta de comprobar la validez de esta nueva forma de espionaje. Después de<br />

todo, había invitado a la gente a que escribiera para solicitar más información.<br />

Pero los servicios secretos no actúan directamente. Usan intermediarios. <strong>El</strong> KGB se puso<br />

en contacto con otra agencia, el servicio de inteligencia húngaro o búlgaro. Éstos, a su vez,<br />

al parecer tenían una relación profesional con un contacto de Pittsburgh: Laszlo Balogh.<br />

La embajada búlgara en Norteamérica, con toda probabilidad tenía un acuerdo permanente<br />

con Laszlo, al estilo de «le pagaremos la suma de cien dólares por mandar la siguiente<br />

carta...».<br />

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