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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

cada llamada hubiera sido efectuada por el hacker. ¡Maravilloso: exactamente lo que<br />

necesitábamos para resolver nuestras disputas domésticas!<br />

No me di cuenta hasta la noche de lo que el programa me estaba realmente diciendo: el<br />

hacker no sólo se había infiltrado en mi ordenador, sino en otra media docena, o tal vez<br />

una docena de ordenadores.<br />

Desde Mitre, el hacker había realizado conexiones a larga distancia con Norfolk, Oak<br />

Ridge, Omaha, San Diego, Pasadena, Livermore y Atlanta.<br />

Igualmente interesante fue descubrir que había efectuado centenares de llamadas de un<br />

minuto de duración, a lo largo y ancho del país, a bases de las fuerzas aéreas, bases<br />

navales, fabricantes de aviones y empresas que fabricaban material defensivo. ¿Qué se<br />

puede averiguar en una llamada de un minuto a un campo de pruebas del ejército?<br />

Durante seis meses aquel hacker se había infiltrado en las fuerzas aéreas y ordenadores a lo<br />

largo y ancho del país sin que nadie se diera cuenta. Estaba ahí solo, silencioso, anónimo,<br />

persistente y, al parecer, consiguiendo lo que quería. Pero ¿por qué? ¿Qué era lo que se<br />

proponía? ¿Qué había ya descubierto? ¿Y qué hacía con la información obtenida?<br />

VEINTISÉIS.<br />

Las cuentas telefónicas de Mitre mostraban llamadas a todo el país, en su mayor parte de<br />

uno o dos minutos de duración. Pero ninguna voz humana había hablado por dichas líneas:<br />

se trataba de ordenadores comunicándose entre sí. No obstante, la voz de mi jefe era<br />

singularmente humana. A fines de noviembre, Roy Kerth pasó por mi despacho y me<br />

encontró durmiendo bajo la mesa.<br />

—¿Que has estado haciendo durante el último mes?<br />

Difícilmente podía responderle que me había dedicado a analizar las cuentas telefónicas de<br />

un suministrador de material de defensa de la costa este. Hablarle de mi persecución sólo<br />

serviría para refrescar su memoria sobre el límite de tres semanas. Entonces me acordé de<br />

pronto de la nueva terminal gráfica que teníamos en el departamento, un espectacular<br />

juguete que mostraba imágenes tridimensionales de artefactos mecánicos. Lo había<br />

manipulado durante una hora, tiempo suficiente para darme cuenta de lo difícil que era su<br />

manejo, pero me sirvió de pretexto para quitarme al jefe de encima.<br />

—Estoy ayudando a unos astrónomos a diseñar su telescopio con la nueva terminal gráfica.<br />

Era una absoluta mentira, puesto que como mucho habíamos hablado cinco minutos del<br />

tema. Pero me salió el tiro por la culata.<br />

—Muy bien —sonrió maliciosamente Roy—. La próxima semana muéstranos unas buenas<br />

imágenes.<br />

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