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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

legítimo, el de protegernos de los malvados? Si no les contaba lo que estaba ocurriendo,<br />

¿quién lo haría?<br />

No pude evitar comparar la reacción inmediata de la CÍA con las respuestas del FBI.<br />

Media docena de llamadas y siempre la misma contestación:<br />

—¡Lárgate, muchacho!<br />

Accedí a reunirme con sus agentes, a condición de que no usaran gabardina.<br />

—Ahora sí que he metido la pata —dije para mí—. No sólo hablo con los de la CÍA, sino<br />

que los invito a Berkeley- ¿Cómo se lo cuento a mis amigos radicales?<br />

QUINCE.<br />

Windmill Quarry está justo al otro lado del río Niágara desde Buffalo, Nueva York, donde<br />

yo me crié. Sólo hay que hacer 16 kilómetros en bicicleta, cruzando a Canadá por el Puente<br />

de la Paz y, siguiendo un camino con abundantes curvas, hasta el mejor lugar para nadar de<br />

la región. Si uno sortea acertadamente los baches y habla con cortesía a los aduaneros<br />

estadounidenses y canadienses, llega sin problemas.<br />

Acababa de terminar el curso en el instituto, cuando un día de junio de 1968 fui en mi bici<br />

a Windmill Quarry, para pasar la tarde del sábado nadando. Otros dos amigos y yo<br />

quedamos agotados, intentando nadar hasta una balsa situada en medio del agua. Alrededor<br />

de las seis nos hartamos, montamos en nuestras bicicletas y emprendimos el camino de<br />

regreso a Buffalo.<br />

A 5 kilómetros del Puente de la Paz, pedaleábamos por el costado pedregoso de un camino<br />

vecinal, cuando una camioneta nos obligó a salir de la carretera. Alguien desde su interior<br />

nos insultó y arrojó una lata de cerveza medio vacía, dándole en la cabeza a la chica que<br />

pedaleaba. No se lastimó, pero los tres estábamos furiosos.<br />

íbamos en bicicleta. No teníamos ninguna esperanza de alcanzar a esos hijos de su madre.<br />

Y aunque lo lográramos, ¿qué podíamos hacer? Además, nos faltaban todavía 5 kilómetros<br />

para llegar a la frontera. Estábamos indefensos, no podíamos contraatacar.<br />

Pero logré verles la matrícula. Era del estado de Nueva York. Claro..., ellos también<br />

regresaban a Buffalo. Entonces se me ocurrió una idea.<br />

Me detuve en la primera cabina telefónica, donde afortunadamente había un listín, y llamé<br />

a los aduaneros estadounidenses.<br />

—Una camioneta Chevy color verde se dirige al Puente de la Paz —les dije—. No puedo<br />

asegurárselo, pero creo que llevan drogas.<br />

<strong>El</strong> agente me dio las gracias y colgué el teléfono.<br />

Los tres seguimos apaciblemente nuestro camino. Después de cruzar el puente, miré al<br />

lado de la carretera y el corazón me dio un vuelco. Ahí estaba efectivamente la camioneta<br />

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