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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

¿Al FBI? <strong>El</strong> caso es que no había mostrado mucho interés, pero ahora excedía la<br />

competencia de la policía local. ¿Por qué no brindarles otra oportunidad de ignorarnos?<br />

¿A la oficina de investigaciones especiales de las fuerzas aéreas? Me habían rogado que los<br />

mantuviera informados. Con los ataques a ordenadores militares, debería contárselo a<br />

alguien del departamento de defensa, aunque me resultara políticamente incómodo.<br />

Si hablar con los militares me resultaba difícil, llamar a la CÍA era un auténtico suplicio. <strong>El</strong><br />

mes anterior había reconocido que merecían saber que alguien intentaba infiltrarse en sus<br />

ordenadores. Había cumplido con mi deber. Ahora, ¿debía comunicarles que se trataba de<br />

un extranjero?<br />

Pero una vez más parecía la gente indicada a quien llamar. Yo comprendía los nódulos y<br />

las redes, pero el espionaje..., bien, no era algo que se aprendiera en la universidad.<br />

Estaba seguro de que mis amigos de la izquierda floreciente de Berkeley me acusarían de<br />

haber sido reclutado por el Estado. Pero no me consideraba un sirviente de la clase<br />

dominante, a no ser que los lacayos del imperialismo comieran papilla de harina integral<br />

pasada para desayunar. Discutía conmigo mismo mientras pedaleaba entre el tráfico, pero<br />

en lo más hondo de mis entrañas sabía lo que debía hacer: había que informar a la CÍA y<br />

era yo quien debía hacerlo.<br />

Había supuesto un esfuerzo constante mover la burocracia. Tal vez llamaría la atención de<br />

alguien, dando a conocer la nueva noticia a todas las agencias de tres siglas.<br />

Empezaría por llamar al FBI. Su oficina de Oakland no se había interesado por el tema,<br />

pero quizá Mike Gibbons, en Alexandria, Virginia, lo haría. Resultó que Mike estaba de<br />

vacaciones y le dejé un mensaje, pensando en que lo recibiría dentro de un par de semanas.<br />

—Dígale simplemente que Cliff ha llamado y que mi amigo tiene una dirección en<br />

Alemania.<br />

No cabe gran cosa en las hojas amarillas, utilizadas para dejar notas a los ausentes.<br />

Mi segunda llamada fue a la OSI de las fuerzas aéreas, la poli militar. Aparecieron dos<br />

voces en la línea, la de una mujer y otra más grave de un hombre.<br />

La mujer, Ann Funk, era agente especial de la brigada de delitos familiares.<br />

—Esposas y niños maltratados —explicó en tono circunspecto—. Las fuerzas aéreas tienen<br />

los mismos lamentables problemas que el resto del mundo.<br />

Nada que ver con la alta tecnología, pero incluso por teléfono, su presencia inspiraba<br />

respeto y simpatía. Ahora trabajaba en la brigada de delitos informáticos de la OSI.<br />

<strong>El</strong> mes anterior había hablado con Jim Christy y hoy me formuló la misma pregunta que yo<br />

había hecho a Steve:<br />

—¿Alemania oriental u occidental?<br />

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