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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

—No. Por allí no hay ningún acelerador de partículas. Ni siquiera laboratorios de física.<br />

Claro que allí vive mi hermana...<br />

—¿Crees que tu hermana se introduce clandestinamente en tu ordenador?<br />

¡Vaya disparate! Mi hermana trabajaba como redacto-ra técnica para la maldita Armada.<br />

Incluso estudiaba de noche en el Colegio Bélico de la Marina.<br />

—Si lo hace —le respondí—, yo soy el papa de San Francisco.<br />

—En tal caso, hemos terminado por hoy. La próxima vez haré el seguimiento con mayor<br />

rapidez.<br />

Era difícil imaginar un seguimiento más rápido. Yo había tardado cinco minutos en<br />

conseguir que todo el mundo acudiera al teléfono. Habían transcurrido otros dos minutos<br />

para que Ron Vivier localizara la llamada a través de Tymnet, y en siete minutos Lee<br />

Cheng había realizado un seguimiento a través de varias centrales telefónicas. Sin<br />

manifestar nuestra presencia, en un cuarto de hora habíamos seguido al hacker a través de<br />

un ordenador y dos redes de comunicaciones.<br />

He ahí un buen rompecabezas. Sandy Merola presentía que el hacker procedía del campus<br />

de Berkeley. Dave Cleveland estaba seguro de que procedía de cualquier lugar, a<br />

excepción de Berkeley. Chuck McNatt, en Anniston, sospechaba de algún intruso de<br />

Alabama. <strong>El</strong> seguimiento de Tymnet conducía a Oakland, California. Y ahora la Pacific<br />

Bell hablaba de Virginia. ¿O quizá Nueva Jersey?<br />

Con cada sesión crecía mi cuaderno. No bastaba con resumir lo que ocurría. Empecé a<br />

anotar las impresiones de cada una de las sesiones y buscar correlaciones entre las mismas.<br />

Quería conocer a mi huésped: comprender sus deseos, pronosticar sus movimientos,<br />

averiguar su nombre y descubrir su dirección.<br />

Mientras intentaba coordinar el seguimiento, había hecho prácticamente caso omiso de lo<br />

que en realidad hacía el hacker. Cuando todo hubo concluido, me retiré a la biblioteca con<br />

las hojas impresas de su última conexión.<br />

Para empezar era evidente que los quince minutos que había observado no eran más que la<br />

coda de la intervención del hacker. Había estado conectado con nuestro sistema durante<br />

dos horas, pero sólo me había percatado de su presencia durante el último cuarto de hora.<br />

¡Maldita sea! De haberme dado cuenta inmediatamente, dos horas habrían bastado para<br />

completar el seguimiento.<br />

Pero lo más endurecedor era la razón por la que no le había detectado. Estaba pendiente de<br />

que se activara la cuenta de Sventek, pero, antes de utilizarla, el hacker se había servido de<br />

otras tres.<br />

A las 11.09 de la mañana un hacker había conectado con la cuenta de un físico nuclear,<br />

<strong>El</strong>issa Mark. Se trataba de una cuenta válida, a cargo del departamento de ciencias<br />

nucleares, pero hacía un año que su dueña estaba de excedencia en Fermilab. Con una<br />

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