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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

La ficha .d de Anniston era un punto importante de referencia. <strong>El</strong> hacker había puesto<br />

aquel huevo el 3 de julio y al cabo de tres meses recordaba exactamente dónde lo había<br />

ocultado.<br />

No tuvo que adivinar ni buscar para hallar la ficha .d, sino que acudió directamente a ella.<br />

Después de tres meses soy incapaz de recordar dónde he archivado una ficha determinada,<br />

por lo menos sin la ayuda de mi cuaderno.<br />

<strong>El</strong> hacker en cuestión debía de registrar lo que hacía.<br />

Eché un vistazo a mi cuaderno. Alguien en algún lugar conservaba una copia idéntica del<br />

mismo.<br />

Un jovenzuelo que se dedique a hacer travesuras los fines de semana no conserva notas<br />

detalladas. Un bromista universitario no esperaría pacientemente tres meses antes de<br />

comprobar el efecto de su jugarreta. No, lo que observábamos era un ataque metódico y<br />

deliberado por parte de alguien que sabía exactamente lo que hacía.<br />

DIECINUEVE.<br />

Aunque hay que pasar despacio junto a la garita del guarda, se pueden alcanzar los<br />

cincuenta kilómetros por hora pedaleando colina abajo desde el LBL. <strong>El</strong> martes por la<br />

noche no tenía ninguna prisa, pero pedaleé de todos modos; es emocionante la sensación<br />

del viento. Kilómetro y medio de bajada, seguido de una cita en la bolera de Berkeley.<br />

La antigua bolera era ahora un gigantesco mercado de frutas y verduras, donde se<br />

encontraban los kiwis y las guayabas más baratos. Olía todo el año a mangos, incluso en la<br />

sección del pescado. Junto a una pirámide de sandías vi a Martha golpeando unas<br />

calabazas, en busca del relleno para la tarta de la fiesta de Todos los Santos.<br />

—Hola, Boris. <strong>El</strong> microfilm secreto está oculto entre las calabazas.<br />

Desde mi primer contacto con la CÍA, para Martha me había convertido en un espía.<br />

Nos decidimos por una docena de calabacines para esculpir y una buena calabaza fresca<br />

para la tarta. Después de colocarlas en nuestras mochilas, regresamos a casa en bicicleta.<br />

A tres manzanas del mercado de fruta, en la esquina de Fulton y Ward, hay cuatro señales<br />

de «stop». Alguien había pintado una de ellas, en la que ahora se leía «alto a la CÍA» y otra<br />

«alto a la NSA».<br />

Martha sonrió. Yo me puse nervioso y fingí ajustarme la mochila. No necesitaba que<br />

alguien me recordara de nuevo la política de Berkeley.<br />

En casa, Martha me pasó los calabacines y los guardé en una caja.<br />

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