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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

de información delicada con toda impunidad. Ultrajado porque a mi gobierno no parecía<br />

importarle un comino.<br />

Pero ¿cómo logra un astrónomo melenudo y sin corbata, o sin autorización para poseer<br />

información secreta, estimular a un puñado de tecnócratas? (Debe de haber alguna norma<br />

que diga: «Sin corbata ni zapatos, no hay autorización.») Hice cuanto estuvo en mi mano,<br />

pero lamentablemente al personal de la NSA le interesaba más la tecnología que cualquier<br />

consideración ética.<br />

A continuación me mostraron algunos de sus sistemas informáticos. Fue un poco<br />

desconcertante. En el techo de todas las salas que visitamos había una luz roja intermitente.<br />

—Advierte a todos los presentes que no deben decir nada confidencial en tu presencia —<br />

me comunicaron.<br />

—¿Cuál es el significado de la sección X-l? —le pregunté a mi guía.<br />

—Es bastante aburrido —respondió—. La NSA tiene veinticuatro divisiones, cada una con<br />

su correspondiente letra. La «X» designa el grupo de seguridad de software. Ponemos a<br />

prueba la seguridad de los ordenadores. X-l son los matemáticos, que comprueban los<br />

programas desde un punto de vista teórico, buscando defectos de diseño. <strong>El</strong> personal de<br />

X-2 se coloca frente al teclado e intenta destruir el programa cuando ya ha sido elaborado.<br />

Me pregunté se habrían delectado el problema del Gnu-Emacs.<br />

Aproveché para preguntarles a diversos funcionarios de la NSA si habría alguna forma de<br />

que nos ayudaran en nuestro trabajo. Individualmente, a todos les pareció lamentable que<br />

la totalidad de nuestros fondos procediera del presupuesto de los físicos. Sin embargo,<br />

colectivamente, no ofrecieron ayuda alguna.<br />

—Sería más fácil si vuestra organización tuviera un contrato de defensa —dijo uno de los<br />

agentes—. La NSA desconfía de los intelectuales. Parece haber una especie de recelo<br />

mutuo.<br />

Hasta entonces, la única ayuda externa había sido de ochenta y cinco dólares, como tarifa<br />

honoraria por pronunciar una conferencia en la asociación de bibliotecarios técnicos de la<br />

bahía de San Francisco.<br />

La visita de la NSA duró hasta mucho después de la hora del almuerzo, de modo que salí<br />

tarde de Fort Meade y me perdí por completo, de camino a la central de la CÍA en Langley,<br />

Virginia. A eso de las dos de la tarde acabé por encontrar el lugar no señalizado y me<br />

detuve junto al portalón con una hora de retraso.<br />

<strong>El</strong> vigilante me examinó como si acabara de aterrizar de Marte.<br />

—¿A quién busca?<br />

—A Teejay.<br />

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