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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

fundamentales estaban en mi posesión: unas dos mil copias impresas, guardadas<br />

cuidadosamente en cajas y encerradas en el desván de la limpieza.<br />

Aunque no me permitieran formular preguntas, no podían impedir que practicara la<br />

ciencia. La publicación de los resultados es una parte tan importante del proyecto como la<br />

investigación del fenómeno. En mi caso, probablemente más importante. Cuando<br />

comenzaron a divulgarse los rumores sobre el hacker, me llamaban los militares en busca<br />

de más información. ¿Qué podía decirles?<br />

A fines de agosto se cumplió exactamente un año desde que detectamos por primera vez a<br />

aquel hacker en nuestros ordenadores y dos meses desde que finalmente le atrapamos en<br />

Hannover. <strong>El</strong> FBI todavía me decía que guardara silencio.<br />

Claro que el FBI no podía impedirme legalmente que publicara los resultados ni que<br />

siguiera investigando.<br />

—Eres libre de escribir lo que desees —insistía Martha—. Esto es precisamente lo que nos<br />

garantiza la Primera Enmienda.<br />

Sin duda estaba en lo cierto. Había estado estudiando a fondo la ley constitucional para su<br />

reválida de derecho. Sólo otras tres semanas y todo habría terminado. Para alejar el examen<br />

de su mente empezamos a coser un edredón. Sólo unos minutos de vez en cuando, pero el<br />

diseño no dejaba de crecer y, aunque no era consciente de ello, algo maravilloso crecía con<br />

el mismo.<br />

Nos dividimos el trabajo como de costumbre. <strong>El</strong>la confeccionaba los retales, yo los cosía y<br />

ambos compartiríamos el edredón. Apenas habíamos empezado a cortar las piezas, cuando<br />

llegó Laurie para almorzar con nosotros.<br />

Martha le mostró el diseño y le explicó que el edredón so llamaría «estrella del jardín». La<br />

despampanante estrella central sería de un amarillo brillante y naranja, como las peonías de<br />

nuestro jardín. A su alrededor habría un círculo de tulipanes y a continuación un borde<br />

llamado «bola de nieve», como los matorrales de bolas de nieve del jardín, que eran los<br />

primeros en florecer en primavera. Laurie sugirió otro borde, llamado «gansos voladores»,<br />

en representación de los pájaros que nos visitaban.<br />

Cuando escuchaba a Laurie y a Martha, hablando de diseños con nombres antiguos y<br />

románticos, sentía un calorcillo en mi interior. Aquí estaba mi hogar, mi amor. <strong>El</strong> edredón<br />

que estábamos confeccionando nos duraría toda la vida; en realidad su vida sería más larga<br />

que la nuestra y serviría para mantener calientes a nuestros nietos...<br />

Me estaba dejando llevar. Después de todo, Martha y yo no estábamos casados ni nada por<br />

el estilo; nos limitábamos a compartir nuestras vidas mientras fuera positivo para ambos,<br />

con la libertad de seguir cada uno nuestro camino, si dejaba de funcionar. Sí, asi era mejor,<br />

más abierto y civilizado. Nada de esa anticuada fórmula de «hasta que la muerte nos<br />

separe».<br />

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