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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

—No te atrevas a meterlas en el microondas.<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

—Bueno, hipotéticamente hablando: ¿cuánto tiempo debería darles teóricamente en el<br />

microondas?<br />

—Ni se te ocurra. Cuando llegue a casa, te mostraré cómo hay que secarlas...<br />

—<strong>El</strong> caso es, amor mío, que... —intenté interrumpirla.<br />

—No. No toques el microondas —insistió—. Ten paciencia. Hasta pronto.<br />

En el momento de colgar el teléfono oí cuatro pitidos procedentes de la cocina.<br />

De la parte posterior del nuevo horno de microondas Panasonic de Claudia emergía<br />

furiosamente una espesa humareda negra, parecida a la que se ve por televisión cuando se<br />

incendia una refinería. Y apestaba como un neumático cuando se quema.<br />

Abrí la puerta del microondas y de su interior salió otra nube de humo. Metí la mano e<br />

intenté retirar las zapatillas, que conservaban su forma, pero con la textura de queso<br />

fundido. Las arrojé, junto con la bandeja de cristal, por la ventana de la cocina. La bandeja<br />

se hizo mil pedazos en el suelo y las zapatillas siguieron cociéndose junto al ciruelo.<br />

Ahora sí que me había metido en un buen lío. Martha llegaría a casa dentro de media hora<br />

y la cocina olía como Akron, durante el festival de quema de neumáticos. Había que<br />

limpiar aquella porquería.<br />

Cogí las toallas de papel y me puse a limpiar el microondas. Había hollín por todas partes,<br />

y no precisamente el tipo de hollín que se lava con facilidad. Frotar la suciedad sólo serbia<br />

para dispersar la mugre.<br />

¿Cómo hacer desaparecer, en media hora, la delicada fragancia a goma quemada? Abrí de<br />

par en par puertas y ventanas con la esperanza de que el viento se llevara la pestilencia.<br />

Pero el hedor permanecía y ahora la lluvia penetraba por las ventanas.<br />

Cuando se hace una porquería, hay que encubrirla. Recordé un artículo sobre temas<br />

domésticos en el que se recomendaba hervir una pequeña cantidad de vainilla para<br />

disimular los malos olores. La situación no podía empeorar. Vertí sesenta gramos de<br />

vainilla en un cazo y encendí el fogón.<br />

Efectivamente, en un par de minutos la vainilla surtió su efecto. La cocina ya no olía a<br />

viejos neumáticos negros incendiados; ahora olía a nuevos neumáticos blancos<br />

incendiados.<br />

Entretanto me dedicaba a limpiar el techo y las paredes. Pero olvidé la vainilla. Se evaporó<br />

el agua, se quemó el cazo y metí la pala por segunda vez. Por tercera, si se cuenta el suelo<br />

empapado.<br />

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