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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

anuario. Pero hazlo con mucha cautela. Por lo que sé de él, ese individuo es muy<br />

escurridizo. No le asustes.<br />

—De acuerdo. Mañana me tomaré un largo descanso a la hora del almuerzo.<br />

Al día siguiente, mientras yo pedaleaba por las verdes colinas de Berkeley, mi hermana<br />

circulaba por el cinturón de Washington DC, con sensaciones alternativas de emoción y<br />

ridiculez.<br />

Se da el caso de que en la zona de McLean viven innumerables parlamentarios,<br />

administradores del estado y militares de alto rango. Según Jeannie, tiene el aspecto de una<br />

«apoteosis del acaudalado segundo anillo suburbial», aunque no estoy muy seguro de lo<br />

que eso significa.<br />

Y en aquel maravilloso día de otoño virginiano, su escuela parecía el crisol de todos los<br />

mitos relacionados con la gloriosa escuela secundaria norteamericana. En aquel momento<br />

habían acabado las clases. Por la puerta salían estudiantes elegantemente vestidos. <strong>El</strong><br />

aparcamiento estaba lleno de Mercedes, BMWs y alguno que otro Volvo. <strong>El</strong> vehículo del<br />

que Jeannie tan orgullosa se sentía, un Chevy Citation destartalado del ochenta y uno,<br />

quedó relegado a un extremo del aparcamiento, por la vergüenza que le inspiraba.<br />

Jeannie me contó que, al igual que su coche, se sintió incómoda, para no decir absurda,<br />

husmeando en la escuela de una zona residencial.<br />

Ahora bien, mi hermana tiene mejores razones que la mayoría para detestar los institutos.<br />

En sus años más mozos y vulnerables, fue profesora de inglés. Ahora los adolescentes,<br />

especialmente si no son suyos, le producen escalofríos. Según ella, los auténticamente<br />

ricos son los peores.<br />

Haciéndose pasar por una madre preocupada, Jeannie llegó al despacho del instituto y pasó<br />

media hora hojeando los anuarios de natación, latín y asociación de debates, en busca de<br />

alguna referencia al apócrifo Knute Sears. No encontró nada.<br />

Después de agotar todos sus recursos y convencerse de que no había ningún Knute en<br />

McLean, comenzó a examinar los buzones de los profesores y, efectivamente, en uno de<br />

ellos vio una etiqueta que decía «señor Maher».<br />

Inesperadamente apareció una secretaria y le preguntó qué deseaba.<br />

—A decir verdad, no estoy segura, querida... —respondió mi hermana con unos<br />

manierismos que recordaban a Gracie Alien—. ¡Válgame Dios! ¡Casi me muerden!<br />

Una sonrisa condescendiente se dibujó en el rostro de la secretaria, mientras Jeannie cogía<br />

uno de los folletos que había sobre el mostrador, donde resultó que se explicaba cómo<br />

matricularse para los cursos nocturnos. Ocultando parcialmente una embarazosa sonrisa<br />

con una mano, mi hermana la saludó con la otra y salió de la escuela, llevándose el folleto.<br />

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