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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

—Las sesiones del día de Año Nuevo se vieron interrumpidas por un atasco en la<br />

impresora —le dije a Zeke—, de modo que me he perdido una hora de actividad por parte<br />

del hacker. ¿Crees que podríais recuperarla?<br />

—¿Es importante? —preguntó cautelosamente Zeke.<br />

—Bueno, puesto que no la he visto, no estoy seguro de ello. La sesión empezó a las 8.47<br />

del día de Año Nuevo. ¿Por qué no averiguas si alguien en Fort Meade puede encontrar el<br />

resto de la sesión?<br />

—Improbable, en el mejor de los casos.<br />

Los de la NSA estaban siempre dispuestos a escuchar, pero se cerraban como una ostra<br />

cuando les formulaban preguntas. No obstante, si hacían sus deberes, tendrían que<br />

llamarme para comprobar si sus resultados coincidían con los míos. Esperaba que alguien<br />

solicitara ver mis copias, pero nadie lo hizo.<br />

Entonces recordé que, hacía un par de semanas, le había pedido a Zeke Hanson que<br />

averiguara una dirección electrónica; cuando descubrimos que la línea procedía de Europa,<br />

le había dado a él la dirección. Me preguntaba qué habría hecho con la misma.<br />

—¿Llegaste a averiguar la procedencia de aquella dirección DNIC? —le pregunté.<br />

—Lo siento, Cliff, esa información es confidencial —respondió Zeke en un tono que<br />

recordaba esas bolas mágicas que contestan «respuesta confusa, pregunte más tarde».<br />

Afortunadamente, Tymnet había averiguado ya la dirección; Steve White sólo había<br />

necesitado un par de horas para hacerlo.<br />

Tal vez la NSA tenía montones de expertos electrónicos y genios informáticos que<br />

escuchaban las comunicaciones del mundo. Quién sabe. Yo les había planteado un par de<br />

problemas bastante sencillos: averiguar una dirección y reproducir cierto tráfico. Tal vez<br />

los habían resuelto sin decirme palabra. Aunque sospecho que, tras su manto de misterio,<br />

no hacen nada.<br />

Quedaba otro grupo por notificar, la OSI de las fuerzas aéreas. Los polis de las fuerzas<br />

aéreas no podían hacer gran cosa respecto al hacker, pero por lo menos podían calcular qué<br />

ordenador permanecía abierto.<br />

—¿De modo que en esta ocasión ha sido el sistema Optimis del ejército? —dijo en tono<br />

grave Jim Christy—. Haré unas cuantas llamadas y rodarán cabezas.<br />

Supuse que bromeaba.<br />

Así pues, 1987 tuvo un comienzo amargo. <strong>El</strong> hacker seguía deambulando a sus anchas por<br />

nuestros ordenadores. <strong>El</strong> único agente competente del FBI había sido retirado del caso. Los<br />

espías no decían palabra y a la NSA parecía faltarle inspiración. Si no progresábamos<br />

pronto, yo también estaba dispuesto a darme por vencido.<br />

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