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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

A continuación llegó por Milnet a un ordenador llamado Buckner, en el que entró<br />

inmediatamente, sin tener que usar siquiera clave alguna en la cuenta «invitado».<br />

Martha y yo intercambiamos una mirada antes de con-centrarnos de nuevo en la pantalla.<br />

Acababa de infiltrarse en el centro de comunicaciones del ejército, en la sala 121, del<br />

edificio 23, de Fort Buckner. Así constaba en el mensaje de bienvenida del ordenador. Pero<br />

¿dónde estaba Ford Buckner?<br />

Lo único evidente era que su calendario estaba equivocado. Decía que hoy era domingo,<br />

pero yo sabía que era sábado. Martha quedó al cargo de los monitores, mientras yo corría a<br />

la biblioteca para coger el ya familiar atlas.<br />

Repasando el índice, encontré Fort Buckner.<br />

—Martha, no te lo vas a creer, pero el hacker se ha infiltrado en un ordenador instalado en<br />

Japón. Aquí está Fort Buckner —dije, señalando una isla del Pacífico—. Está en Okinawa.<br />

¡Vaya conexión! Desde Hannover, en Alemania, el hacker había conectado con la<br />

Universidad de Bremen, mediante el cable transatlántico hasta Tymnet, entonces con mi<br />

ordenador de Berkeley y finalmente, pasando por Milnet, había llegado a Okinawa.<br />

¡Diablos!<br />

En el supuesto de que alguien le detectara en Okinawa, tendría que desenmarañar un<br />

espantoso laberinto.<br />

No satisfecho con la complejidad de la conexión, lo que quería era introducirse en la base<br />

de datos de Fort Buckner. Durante media hora exploró el sistema, pero lo halló<br />

sorprendentemente yermo; algunas cartas desparramadas y una lista de setenta y cinco<br />

usuarios. Fort Buckner debía de ser un lugar muy confiado, ya que nadie utilizaba claves<br />

en sus cuentas.<br />

No encontró gran cosa en dicho sistema, a excepción de algunos mensajes electrónicos<br />

referentes a suministros que debían llegar de Hawái. A un coleccionista de siglas le<br />

encantaría el ordenador de Fort Buckner, pero cualquiera en su sano juicio se aburriría<br />

soberanamente.<br />

—Si tanto le interesa la jerga militarista —comentó Martha—, ¿por qué no ingresa en el<br />

ejército?<br />

<strong>El</strong> caso es que el hacker no se aburría. Hizo un listado de todas las fichas que encontró,<br />

excluyendo sólo programas y utilidades. Por fin se cansó poco después de las once y<br />

desconectó.<br />

Mientras daba la vuelta al mundo por la red de conexiones, el Bundespost alemán le había<br />

localizado.<br />

Llamó el teléfono. Sólo podía tratarse de Steve White.<br />

—Hola, Cliff —dijo Steve—. La localización ha terminado.<br />

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