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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

un acelerador de partículas para crear isótopos radiactivos, un detector de partículas<br />

hipersensible y un potente ordenador.<br />

Dicho ordenador en el Petvax. En sus archivos hay histonales de pacientes, programas<br />

analíticos, información médica y diagramas cerebrales.<br />

Aquel hacker se dedicaba a jugar con instrumentos médicos. Estropear aquel ordenador<br />

suponía lastimar a alguien: provocar un diagnóstico erróneo o recomendar una inyección<br />

peligrosa...<br />

Los doctores y pacientes que lo utilizaban necesitaban que funcionara a la perfección. Se<br />

trataba de un delicado aparato médico y no de un juguete para un gamberro cibernético.<br />

¡Vaya con lo de pobre forofo de la informática!<br />

¿Era el mismo hacker? A los dos minutos de desconectar del Petvax penetró en mi Unix<br />

con el nombre de Sventek. Sólo él conocía esa clave.<br />

Protegimos el Petvax cambiando las claves e instalando alarmas. ¿Cuántos otros<br />

ordenadores invadía aquel hacker?<br />

<strong>El</strong> 27 de lebrero Tymnet nos remitió cierta correspondencia electrónica de Wolfgang<br />

Hoffman, del Bundespost. Al parecer, la policía alemana sólo podía detener a los hackers<br />

cuando estaban conectados a la red. Disponíamos de abundantes pruebas para procesarlos;<br />

pero sin una identificación positiva, los cargos no serían admisibles ante el tribunal. Había<br />

que atraparlos con las manos en la masa.<br />

Entretanto, uno de los maestros informáticos del LBL describió el incidente a un<br />

programador del Lawrence Livermore Laboratory. Este, a su vez, mandó un mensaje<br />

electrónico a varias docenas de personas, diciendo que me invitaría a pronunciar una<br />

conferencia sobre «Cómo capturamos a los hackers alemanes». ¡Vaya estupidez!<br />

A los diez minutos de mandar dicha nota recibí tres llamadas telefónicas.<br />

—Tenía entendido que querías guardar el secreto. ¿A qué viene esta publicidad? —dijeron<br />

los tres comunicantes.<br />

Lo que me faltaba. ¿Cómo deshacer ahora aquel enredo? Si el hacker veía la nota, todo<br />

habría acabado.<br />

John Erlichman observó que cuando se estruja el tubo de dentífrico es difícil meter la pasta<br />

de nuevo en el tubo. Llamé a Livermore y en cinco minutos los convencí de que retiraran<br />

el mensaje de todos sus sistemas. Pero ¿cómo evitar que se repitiera algo parecido en el<br />

futuro?<br />

Para empezar, podía mantener a mis colegas mejor in-formados. De ahora en adelante<br />

decidí contarles cada semana lo ocurrido hasta entonces y explicarles la necesidad de<br />

guardar el secreto. Funcionó de maravilla: si uno les cuenta la verdad, respetan la<br />

necesidad del secreto.<br />

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