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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

En cierto lugar del sur de California denominado <strong>El</strong> Segundo, un gran ordenador VAX<br />

había sido invadido por un hacker, desde el otro extremo del mundo.<br />

Sus próximos pasos eran previsibles; después de averiguar sus privilegios, canceló el<br />

control de sus operaciones. De ese modo no dejaría huellas, o por lo menos eso suponía.<br />

¿Cómo podía imaginar que yo le observaba desde Berkeley?<br />

Con la confianza de no haber sido detectado, inspeccionó los ordenadores cercanos. En un<br />

instante descubrió cuatro en la red de las fuerzas aéreas y un camino para conectar con<br />

otros. Desde su posición privilegiada, ninguno de ellos le permanecía oculto y, en el<br />

supuesto de que fuera incapaz de adivinar sus claves, podría robarlas con la instalación de<br />

caballos de Troya.<br />

<strong>El</strong> ordenador en el que se había infiltrado no era un portátil de oficina. En el sistema<br />

encontró millares de fichas y centenares de usuarios. ¿Centenares de usuarios?<br />

Efectivamente, el hacker hizo un listado de lodos ellos.<br />

Pero la avaricia se interpuso en su camino. Pidió al ordenador de las fuerzas aéreas una<br />

lista de títulos de todas sus fichas y el aparato se puso a imprimir alegremente nombres<br />

como «Planes diseño láser» e «Informe lanzamiento transbordador». Pero no sabía cómo<br />

cerrar el grifo y, a lo largo de dos horas, vertió una cascada de información en su terminal.<br />

Por fin, a las dos y media, colgó, suponiendo que podría conectar de nuevo con el<br />

ordenador de las fuerzas aéreas Pero no lo logró. <strong>El</strong> ordenador le comunicó:<br />

Su clave ha caducado. Le ruego se ponga en contacto con el director del sistema.<br />

Al examinar las hojas anteriores, vi dónde había metido la pata. La clave «servicio» había<br />

caducado y el ordenador se lo había advertido en el momento de infiltrarse. Era probable<br />

que, en aquel sistema, las claves caducaran automáticamente, transcurrido un número<br />

determinado de meses.<br />

Para que el aparato siguiera aceptándole tenía que haber repuesto inmediatamente su clave,<br />

pero hizo caso omiso de la petición y ahora el sistema le negaba la entrada.<br />

A millares de kilómetros, sentía su frustración. Intentaba desesperadamente volver a<br />

introducirse en aquel ordenador, pero se lo impedía el estúpido error que él mismo había<br />

cometido.<br />

Se había encontrado las llaves de un Buick y las había encerrado dentro del propio<br />

vehículo.<br />

<strong>El</strong> error del hacker resolvió el problema de lo que les contaría a la División Espacial de las<br />

fuerzas aéreas. Siendo domingo, no había a quien llamar. Y puesto que el hacker se había<br />

cerrado él mismo la puerta en las narices, ya no suponía peligro alguno para el ordenador<br />

de las fuerzas aéreas. Me limitaría a comunicárselo a la policía militar y dejaría que se<br />

ocuparan ellos del asunto.<br />

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