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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

—Ahora que lo mencionas, alguien se infiltró hace algunos meses, controlé lo que hacía y<br />

lo imprimí. Parece alemán.<br />

Dan me leyó el listado por teléfono. Cierto hacker con el seudónimo de Hagbard les<br />

mandaba una ficha de claves a unos hackers llamados Zombie y Pengo.<br />

Ahí estaban otra vez Hagbard y Pengo. Escribí sus nombres en mi cuaderno.<br />

No obstante parecía que mis colegas tenían razón. Esos individuos eran simples gamberros<br />

con el propósito de importunar. Dirigían sus ataques contra universidades e instituciones<br />

científicas; objetivos fáciles. No parecían interesarles los objetivos militares, ni daban la<br />

impresión de saber navegar por Milnet.<br />

Descubrí otra diferencia entre mi hacker y los gamberros del Club del Caos. Mi hacker<br />

parecía a sus anchas en el sistema Unix; no en la versión de Berkeley, pero sí en el Unix en<br />

general. Los goliardos que Bob y Dan me habían descrito sólo parecían atacar los sistemas<br />

VMS de Dec.<br />

De ahora en adelante procuraría mantenerme al corriente de las noticias relacionadas con el<br />

Club Informático del Caos, aunque no podía suponer que todos los hackers alemanes<br />

trabajaran en equipo.<br />

Algo positivo ocurría. Uno por uno, establecía contacto con otros que perdían horas de<br />

sueño y tomaban tranquilizantes a causa de los mismos problemas que me obsesionaban a<br />

mí. Era reconfortante saber que yo no era el único.<br />

Había llegado el momento de alejar al hacker de mi mente y concentrarme de nuevo en la<br />

astronomía, pero ésa no era la voluntad del destino: Mike Gibbons, del FBI, me llamó por<br />

teléfono.<br />

—Creí que estabas de vacaciones —le dije.<br />

—Así es. Estoy en casa de mis padres, en Denver.<br />

—Entonces ¿cómo te ha llegado el mensaje?<br />

Me preguntaba si la CÍA le habría llamado.<br />

—Muy simple —respondió Mike—. Estamos de guardia cada dos horas. Mi oficina puede<br />

localizarme día y noche. A veces trastorna mis relaciones matrimoniales.<br />

Le comprendía perfectamente. Mi propio localizador era una mazmorra.<br />

—¿Te han hablado de la conexión alemana?<br />

—¿Por qué no me cuentas lo ocurrido durante el fin de semana? (Limítese a los hechos,<br />

señora.)<br />

Una vez más, leí la información de mi cuaderno. Cuando llegué a los números de DNIC,<br />

Mike me interrumpió:<br />

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