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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Quince minutos. ¿Qué hacer? Pacificación. Prepararía unas galletas. Cogí de la nevera la<br />

pasta sobrante del día anterior y coloqué montoncitos en una fuente para el horno. Ajusté la<br />

temperatura a 190 grados, ideal para bastoncitos de chocolate.<br />

Un tercio de las galletas cayeron de la fuente y se pegaron al fondo del horno, donde<br />

quedaron calcinadas.<br />

Entra Martha en casa, huele, ve la franja negra del techo y exclama:<br />

—¡No!<br />

—Lo siento.<br />

—Te lo advertí.<br />

—He dicho que lo siento.<br />

—Pero te dije que...<br />

Suena el timbre de la puerta. Entra Steve White y, con aplomo británico, dice:<br />

—¡Caramba, amigo! ¿Vivís cerca de una fábrica de neumáticos?<br />

CUARENTA Y SIETE.<br />

Durante marzo y abril, las apariciones del hacker fueron muy discretas. Se asomaba de vez<br />

en cuando, sólo el tiempo suficiente para mantener sus cuentas activas. Pero no parecía<br />

interesarse por otros ordenadores y hacía prácticamente caso omiso de mis nuevas fichas<br />

SDINET. ¿Qué le ocurriría a ese individuo? Si le hubieran detenido, no aparecería. Y si<br />

estaba ocupado en otros proyectos, ¿por qué se asomaba de vez en cuando, durante un<br />

minuto escaso, para volver a desaparecer?<br />

<strong>El</strong> 14 de abril estaba trabajando en el sistema Unix, cuando me di cuenta de que Marv<br />

Atchley estaba conectado al sistema.<br />

Curioso. Marv estaba en el piso superior charlando con unos programadores. Me acerqué a<br />

su cubículo para ver su terminal. No estaba siquiera conectada.<br />

¿Quién utilizaba la cuenta de Marv? Fui corriendo a la centralita y comprobé que había<br />

alguien conectado mediante una de las terminales de Tymnet. Aquel alguien penetraba en<br />

el sistema con el nombre de Marv Atchley.<br />

Llamé a Tymnet y Steve localizó rápidamente la llamada.<br />

—Procede de Hannover, Alemania. ¿Estás seguro de que no es el hacker?<br />

—No lo sé. Ahora volveré a llamarte.<br />

Subí cuatro pisos corriendo y me asomé a la sala de conferencias. Efectivamente, allí<br />

estaba Marv Atchley, en medio de una animada charla con veinticinco programa-dores.<br />

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