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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

<strong>El</strong> 30 de diciembre mi localizador me despertó a las cinco de la madrugada y llamé<br />

instintivamente a Steve a su casa. No se alegró de oír mi voz.<br />

—<strong>El</strong> hacker ha entrado en acción.<br />

—Me has despertado en medio de un sueño. ¿Estás seguro de que es él?<br />

Su acento británico no ocultaba su enojo.<br />

—No estoy seguro, pero lo averiguaré en un minuto.<br />

—De acuerdo. Comenzaré la operación de seguimiento.<br />

Steve tenía mucha paciencia conmigo. Desde mi casa llamé a mi ordenador Unix. ¡Maldita<br />

sea, no había ningún hacker! Los electricistas habían hecho sonar mi alarma al desconectar<br />

un ordenador cercano.<br />

Avergonzado, volvía a llamar a Steve.<br />

—Oye, Cliff: no encuentro a nadie conectado a tu ordenador —me dijo, todavía medio<br />

dormido.<br />

—Lo sé. Ha sido una falsa alarma. Lo siento.<br />

—No te preocupes. Otra vez será, ¿de acuerdo?<br />

He aquí un tipo maravilloso. Si alguien a quien jamás había visto, me sacara de la cama<br />

para perseguir a un fantasma en un ordenador...<br />

Afortunadamente, Steve era el único que me había oído chillar en vano. ¿Qué habría<br />

ocurrido con mi credibilidad si hubiera avisado a los alemanes o al FBI? De ahora en<br />

adelante verificaría dos veces todas las llamadas.<br />

TREINTA Y SEIS.<br />

<strong>El</strong> día de nochevieja nos sorprendió, a mí y a un grupo de amigos, junto a la chimenea,<br />

saboreando un batido de huevo y cerveza, y oyendo las explosiones de los cohetes que<br />

lanzaban en la calle los imbéciles del barrio.<br />

—Debemos darnos prisa —dijo Martha— si no queremos perdernos la verbena.<br />

En San Francisco se celebraba una verbena en toda la ciudad, para dar la bienvenida a<br />

1987, estimular el orgullo cívico de sus habitantes y como alternativa a los múltiples<br />

accidentes que solían causar los conductores borrachos. Había música, baile, teatro y<br />

comedia en una docena de lugares dispersos por la ciudad, con un servicio de tranvías de<br />

un lugar a otro.<br />

Nos amontonamos siete personas en un Volvo desvencijado y avanzamos penosamente<br />

hacia el centro de San Francisco, en un estruendoso colapso de tráfico. En lugar de tocar la<br />

bocina, los ocupantes de los automóviles tocaban trompetas y sirenas festivas por las<br />

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