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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

el FBI, la CÍA, la NSA, los grupos militares e incluso la propia Laurie teníamos intereses<br />

comunes. Todos queríamos seguridad e intimidad.<br />

Decidí planteárselo de otro modo:<br />

—Escúchame: no se trata de política, sino de simple honradez. Ese individuo ha violado mi<br />

intimidad y la de los demás usuarios. Si alguien fuerza la puerta de tu casa y se apodera de<br />

tus pertenencias, ¿vas a preguntarte si se trata de un compañero socialista?<br />

Tampoco funcionó.<br />

—Un sistema informático no es una casa particular —respondió Laurie—. Mucha gente lo<br />

utiliza con distintos fines. <strong>El</strong> hecho de que ese individuo no disponga de un permiso oficial<br />

para usarlo, no significa necesariamente que no tenga una razón legítima para hacerlo.<br />

—¡Maldita sea! Es exactamente lo mismo que una casa. Tú no quieres que nadie meta las<br />

narices en tu agenda ni, qué duda cabe, que manipule tu información privada. Infiltrarse en<br />

dichos sistemas equivale a forzar la puerta sin autorización. Es inaceptable,<br />

independientemente del propósito. Y tengo derecho a pedir la ayuda de esas agencias<br />

gubernamentales para deshacerme de ese cabrón. ¡Para eso están!<br />

Había ido levantando la voz y veía que la mirada de Martha se paseaba preocupada de mi<br />

rostro enojado al de Laurie. Comprendí que mi actitud parecía la de un católico fanático,<br />

fusil en mano, vociferando sobre la ley y el orden. O todavía peor: ¿estaba tan cegado por<br />

mi patriotismo que creía que cualquiera que se interesara por secretos militares era un<br />

traidor o un espía comunista?<br />

Me sentía confuso y atrapado. Además, tenía la injusta impresión de que era culpa de<br />

Laurie, por ser tan simplista y estar tan convencida de su propia integridad. <strong>El</strong>la no había<br />

tenido que ocuparse del hacker, ni se había visto obligada a llamar a la CÍA y descubrir que<br />

sus agentes eran seres humanos. Para ella eran los malos de la película, que se dedicaban a<br />

matar campesinos en Centroamérica. Y puede que algunos de ellos lo fueran. Pero ¿era,<br />

por consiguiente, necesariamente malo trabajar con ellos?<br />

No pude seguir hablando. Me levanté de la mesa, apartando con malos modales el plato de<br />

curry a medio comer, y me fui al garaje para lijar unas estanterías que estábamos<br />

construyendo y extasiarme a solas en mi morriña.<br />

Al cabo de una hora, más o menos, empecé a sentirme excesivamente solo. Pensaba en la<br />

chimenea, en el postre de tarta y en los geniales masajes de Laurie. Pero habiéndome<br />

criado en una familia numerosa, donde abundaban las discusiones, me había convertido en<br />

un experto mundial del aislamiento y me quedé en el frío garaje, lijando furiosamente.<br />

De pronto vi a Laurie que se había acercado sigilosamente a la puerta.<br />

—Cliff —dijo con ternura—, no pretendía ser tan dura contigo. Martha está llorando en la<br />

cocina. Vamos, entra en casa.<br />

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