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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

—¿Apellido?<br />

—Stoll.<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Consultó una carpeta, me entregó un formulario para que lo rellenara y colocó un pase azul<br />

sobre el salpicadero de mi coche alquilado.<br />

Un pase de VIP para el aparcamiento de la CÍA. En Berkeley eso valdría unos cinco<br />

dólares, puede que diez.<br />

¿Yo? ¿Un VIP? ¿En la CÍA? Surrealista. Esquivé a unas cuantas personas que corrían y<br />

otras que iban en bicicleta de camino al aparcamiento. Un guardia armado me aseguró que<br />

no tenía necesidad de cerrar el coche con llave. A lo lejos se oía el zumbido de las<br />

langostas del decimoséptimo año y el graznido de un pato silvestre. ¿Qué harían los patos<br />

en el umbral de la CÍA?<br />

Teejay no me había aclarado lo técnica que debía ser la charla y había optado por meter<br />

varios esquemas en un cochambroso sobre, de camino al edificio de la CÍA.<br />

—Llegas tarde —chilló Teejay, desde el fondo del vestíbulo.<br />

¿Qué podía decirle? ¿Que siempre me perdía en las autopistas?<br />

En el centro del vestíbulo hay un escudo de la CÍA de metro y medio de diámetro: una<br />

águila de piedra artificial, tras un blasón oficial. Imaginaba que nadie la pisaría, como los<br />

estudiantes de Rebelde sin causa, pero no era así. Todo el mundo camina por encima del<br />

animal sin mostrarle ningún respeto.<br />

En la pared hay un mármol con una inscripción que dice: «La verdad es la clave de la<br />

libertad.» (Me pregunté qué hacía allí la consigna del Caltech, antes de darme cuenta de<br />

que era una cita de la Biblia.) En la pared opuesta había grabadas cuatro docenas de<br />

estrellas; sólo pude imaginar las cuarenta y ocho vidas que representan.<br />

Después de un registro rutinario de mis pertenencias, recibí una placa roja fluorescente con<br />

una «V». La etiqueta de visitante era innecesaria; yo era el único sin corbata. No había<br />

ninguna gabardina a la vista.<br />

<strong>El</strong> ambiente era el de una apacible universidad, con gente que paseaba por el vestíbulo<br />

practicando idiomas extranjeros y discutiendo las noticias de los periódicos. De vez en<br />

cuando pasaba una pareja, cogidos del brazo.<br />

Todo era muy diferente de los dibujos de Boris y Natasha.<br />

Bien, no era exactamente como una universidad. Cuando Teejay me acompañó a su<br />

despacho del primer piso, me di cuenta de que cada puerta era de un color distinto, pero sin<br />

dibujos ni carteles políticos. Sin embargo, algunas tenían cerrojos de combinación, casi<br />

como las cajas fuertes de los bancos. Incluso las cajas de fusibles llevaban candado.<br />

—Puesto que has llegado tarde, hemos aplazado la reunión —dijo Teejay.<br />

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