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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

En todo caso, estábamos en camino, aunque éste fuera accidentado. De algún modo<br />

tendríamos que localizar la llamada, pero para esto hacía falta una orden judicial. ¡Maldita<br />

sea!<br />

Cuando el hacker desconectó, levanté la mirada. Como si de un sabueso se tratara, Roy<br />

Kerth se había enterado de la noticia y apareció en la sala de conexiones. También lo<br />

hicieron Dave y Wayne.<br />

—Ha llamado a Tymnet en Oakland —les dije cuando colgó Ron—. Debe de ser de por<br />

aquí. Si viviera en Peoria, se ahorraría dinero llamando al modem de Tymnet en su zona.<br />

—Sí, puede que estés en lo cierto —dijo Roy, a quien no le atraía la perspectiva de perder<br />

una apuesta.<br />

—Lo que me intriga es su orden ps-eafg —agregó Dave, que no pensaba en localizar la<br />

llamada—. No sé por qué, pero me huele mal. Tal vez sea pura paranoia, pero estoy seguro<br />

de haber visto antes esa combinación.<br />

— i Al cuerno con el Unix! Nos lo merecemos por tener un sistema operativo tan<br />

defectuoso —observó Wayne, aprovechando para pinchar a Dave—. En todo caso, la ficha<br />

de palabras claves no le ha servido de gran cosa, ¿no os parece?<br />

—A no ser que disponga de un superordenador. Es lo que necesitaría para descifrar el<br />

código. <strong>El</strong> Unix no es como el VMS, pues sus sistemas de codificación son los más<br />

perfectos que existen —replicó Dave.<br />

Roy conocía ya aquella melodía y se consideraba por encima de la guerra de sistemas<br />

operativos.<br />

—Vas a tener que localizar algunas llamadas, Cliff.<br />

No me gustó que me cargara el mochuelo, pero efectivamente tenía razón.<br />

—¿Se le ocurre por dónde empezar?<br />

—Deja que caminen tus dedos.<br />

SIETE.<br />

Al día siguiente de haber observado cómo se introducía el hacker en nuestro ordenador, el<br />

jefe se reunió por la mañana con Aletha Owens, abogada del laboratorio. A Aletha no le<br />

importaban los ordenadores, pero husmeaba problemas en el horizonte. No perdió tiempo<br />

alguno en llamar al FBI.<br />

En nuestra oficina local del FBI no se inmutaron.<br />

—¿Nos llamáis porque habéis perdido setenta y cinco centavos con el ordenador? —<br />

preguntó con incredulidad Fred Wyniken, agente especial de la agencia de Oakland.<br />

Aletha intentó hablarle de la protección de datos y del valor de nuestra información.<br />

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