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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Entretanto el FBI había solicitado oficialmente su cooperación y la intervención rápida de<br />

teléfonos. Estaban en contacto con el administrador de justicia en Alemania mediante el<br />

Departamento de Estado norteamericano.<br />

¡Magnífico! ¿A qué se debía aquel cambio repentino? ¿Habría tomado el NTISSIC una<br />

decisión? ¿Habían acabado por ceder ante mi tenaz insistencia? ¿O habían sido los<br />

alemanes quienes se habían puesto finalmente en contacto con el FBI?<br />

A pesar de que el FBI no se había interesado hasta ahora por el caso, nunca había<br />

desmantelado mi base de control. Incluso cuando me ausentaba un par de días, los<br />

monitores seguían vigilando. Las copias de la semana anterior mostraban que había<br />

penetrado en el sistema, entre las 9.03 y las 9.04 de la mañana del sábado, 19 de abril.<br />

Aquel mismo día apareció de nuevo durante un par de minutos. Después de varios días de<br />

ausencia asomó la cabeza, comprobó que las fichas SDINET seguían en su lugar y volvió a<br />

desaparecer.<br />

A lo largo del último mes había preparado nuevos cebos para el hacker. Los vio, o por lo<br />

menos echó una ojeada a los títulos de las fichas, pero no se molestó en leerlas. ¿Le<br />

preocuparía que le vigilaran? ¿Lo sabía?<br />

Pero si creía que le vigilábamos era absurdo que se arriesgara a asomar la cabeza. ¿Quizá<br />

no podía permitirse el coste de conexiones prolongadas? No, porque el Bundespost nos<br />

había dicho que llamaba por cuenta de una pequeña empresa de Hannover.<br />

Durante la primavera seguí elaborando nuevos cebos. Para un desconocido, las fichas<br />

ficticias de SDINET eran producto de una oficina en funcionamiento. Mi mítica Barbara<br />

Sherwin elaboraba cartas y circulares, pedidos y órdenes de transporte. De vez en cuando<br />

introducía algunos artículos técnicos que explicaban cómo interconectaba la red SDI<br />

numerosos ordenadores confidenciales. Un par de notas sugerían que se podían utilizar los<br />

ordenadores del LBL para conectar con dicha red.<br />

Todos los días dedicaba una hora a barajar las fichas SDINET. Confiaba en atraer así la<br />

atención del hacker e impedir que se infiltrara en sistemas militares. Al mismo tiempo, eso<br />

nos brindaría la oportunidad de localizarle.<br />

<strong>El</strong> lunes, 27 de abril, había llegado tarde en mi bicicleta y empecé a escribir un programa<br />

que permitiera comunicar nuestro sistema Unix con los ordenadores Macintosh que el<br />

personal tenía en sus mesas de trabajo. Si lograba conectarlos, cualquiera de nuestros<br />

científicos podría utilizar la impresora Macintosh. Un proyecto divertido.<br />

A las once y media me las había arreglado para fastidiar dos programas —lo que<br />

funcionaba hace una hora, ahora había dejado de hacerlo— cuando Barbara Schaeffer me<br />

llamó desde el quinto piso.<br />

—Oye, Cliff: acaba de llegar una carta para Barbara Sherwin.<br />

—No bromees —exclamé, invirtiendo excepcionalmente los términos.<br />

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