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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Sabía cómo intentarlo. Cuando el Unix le invitaba a conectar, probaba varias cuentas falsas<br />

como invitado, base, quien y visitante. Los sistemas operativos Vax-VMS piden el nombre<br />

del usuario y en los mismos probaba los nombres de sistema, campo, servicio y usuario-<br />

Lo había hecho antes y estoy seguro de que los hackers seguirán haciéndolo.<br />

Si Milnet era una carretera que unía entre sí a millares de ordenadores, el hacker era un<br />

ladrón que iba pacientemente de puerta en puerta. Giraba la manecilla de la puerta<br />

principal para comprobar si estaba abierta y, de no ser así, probaba la puerta trasera. Tal<br />

vez también intentaba forzar alguna ventana.<br />

En la mayor parte de los casos se encontraba con puertas y ventanas cerradas. Después de<br />

un minuto de forcejeo, iba por la próxima. Nada sofisticado. No forzaba cerrojos ni<br />

construía túneles; simplemente se aprovechaba de quienes dejaban la puerta abierta.<br />

Uno tras otro fue probando ordenadores militares: Army Ballistics Research Laboratory,<br />

US Naval Academy, Naval Research Laboratory, Air Forcé Information Services Group y<br />

lugares con extrañas siglas, como WWMCCS y Cincusnaveur. (¿Cincus? ¿O sería Circus?<br />

Nunca he llegado a averiguarlo.)<br />

Hoy no era un día de suerte para él. Ninguna de sus tentativas lúe fructuosa. Cuarenta y<br />

dos intentos, cuarenta y dos fracasos.<br />

Era evidente que seguiría conectado durante mucho rato. Cogí una chocolatina marca Vía<br />

Láctea que llevaba en el bolsillo —¿qué mejor para un astrónomo?— y me puse cómodo<br />

para seguir observando al hacker en la pantalla verde de mi monitor. Imaginaba el otro<br />

extremo de aquella larga conexión y, al hacker frente a su monitor, contemplando los<br />

mismos caracteres verdes que yo veía en mi pantalla. Puede que también comiendo<br />

chocolate o fumando Benson & Hedges.<br />

A pesar de que era sábado, decidí llamar a la oficina de investigaciones especiales de las<br />

fuerzas aéreas. Me habían dicho que los llamara si se animaban las cosas y ahora estaban al<br />

rojo vivo. Pero nadie contestó. En todo caso, no habrían podido hacer gran cosa. Tenía que<br />

averiguar quién se encontraba al otro extremo del canal de satélite de ITT.<br />

Sólo dos personas sabían dónde me encontraba, Ron Vivier y Marina. Ron estaba lavando<br />

su vehículo. De modo que cuando sonó el teléfono, contesté:<br />

—¡Hola, cariño!<br />

—Perdone, probablemente me he equivocado de número —dijo al cabo de un momento<br />

una voz con un profundo acento británico—. Estoy buscando a Cliff Stoll.<br />

¿Me habían descubierto unos espías ingleses? ¿O sería el hacker que me llamaba desde<br />

Londres? ¡Vaya malabarismo mental!<br />

No resultó ser nada tan sutil. Ron Vivier había llamado al departamento internacional de<br />

Tymnet, donde sus expertos en comunicaciones transatlánticas se habían hecho cargo del<br />

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