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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Apoyé la bici en una esquina y fui corriendo al laberinto de cabinas. Pasaba ya bastante de<br />

las cinco y la gente normal se había ido a su casa. ¿Cómo podía averiguar si algún hacker<br />

se había introducido en nuestro sistema? Una de las posibilidades era mandar un mensaje<br />

electrónico a la cuenta sospechosa, diciendo algo parecido a: «Hola, ¿eres real, Joe<br />

Sventek?» O podíamos cerrar la cuenta de Joe y ver si así terminaban nuestros problemas.<br />

Dejé de pensar en el hacker cuando llegué a mi despacho y me encontré con una nota: el<br />

grupo de astronomía necesitaba saber cómo se degradaban las imágenes telescópicas, si<br />

relajaban las especificaciones de los espejos. Esto significaba pasar una velada elaborando<br />

un modelo, todo ello dentro del ordenador. Oficialmente ya no trabajaba para ellos, pero la<br />

sangre es más espesa que el agua...; a medianoche tenía los cuadros que deseaban.<br />

Por la mañana hablé a Dave Cleveland de mis sospechas.<br />

—Apuesto galletas contra buñuelos a que se trata de un hacker —le dije, entusiasmado.<br />

—Sí, galletas sin duda —susurró Dave, acomodándose en su silla y cerrando los ojos.<br />

Su acrobacia mental era casi palpable. Dave dirigía su sistema Unix con un estilo relajado.<br />

Puesto que para atraer a los científicos competía con los sistemas VMS, nunca había<br />

reforzado los cerrojos de su sistema, convencido de que a los físicos los molestaría y<br />

trasladarían sus negocios a otro lugar. Con la confianza depositada en sus usuarios, dirigía<br />

un sistema abierto y, en lugar de incrementar la seguridad, se dedicaba a mejorar el<br />

software.<br />

¿Había alguien que le traicionara?<br />

Marv Atchley era mi nuevo jefe. Discreto y sensible, Marv dirigía un holgado grupo que<br />

de algún modo se las arreglaba para mantener los ordenadores en funcionamiento. Roy<br />

Kerth, jefe de nuestra división, era harina de otro costal. Con sus cincuenta y cinco años,<br />

Roy se parecía a Rodney Dangerfield, profesor universitario. Practicaba la física al gran<br />

estilo del Lawrence Laboratory, proyectando simultáneamente protones y antiprotones, y<br />

observando el resultado de dichas colisiones.<br />

Roy trataba a sus estudiantes y subalternos como si fueran partículas subatómicas: los<br />

mantenía disciplinados, les infundía energía y a continuación los proyectaba contra objetos<br />

inmóviles. Para su investigación se precisaba mucha potencia informática, ya que su<br />

laboratorio generaba millones de sucesos cada vez que se ponía en funcionamiento el<br />

acelerador. Años de retrasos y pretextos le habían predispuesto contra los profesionales de<br />

la informática, de modo que cuando llamé a su puerta quise asegurarme de que habláramos<br />

de física relativista, pero no de ordenadores.<br />

—¿Por qué diablos habéis dejado las puertas abiertas de par en par? —fue la reacción de<br />

Roy ante el problema, como Dave y yo lo habíamos previsto.<br />

Pero ¿cuál debía ser nuestra reacción? <strong>El</strong> primer impulso de Dave fue el de clausurar la<br />

cuenta sospechosa y olvidar el asunto. Yo me inclinaba por mandarle una severa nota<br />

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