Marina Muñoz Torreblanca - Tesis

caso parecido a las particulares cosmologías renacentistas de las
Chambres de merveilles a las que ya nos referimos en el capítulo anterior,
pero a gran escala. En la búsqueda de ese “universalismo”, las ferias
mundiales también encarnaban la representación material del principio
que promovieron las enciclopedias de fines del siglo XVIII, en las cuales
se pretendía recoger una imagen general del mundo. De este modo, en la
celebración de una exposición universal se recogía una mezcla de deseos
económicos, imperialistas y exóticos.
Para las naciones-imperio de fines del siglo XIX, las exposiciones
universales fueron el escenario ideal para plasmar demostraciones sobre el
poder colonial y sus nuevos intereses expansionistas, así como parte de la
ostentación de una presunta superioridad racial y cultural respecto de lo
nooccidental. Las exposiciones eran ocasiones para reconsiderar el pasado
glorioso de Occidente y sus contrastes, es decir, para crear una nueva
versión del pasado y también una oportunidad para conquistar y gobernar
lo exótico. En este sentido, la presencia de las colonias en las exposiciones
es un claro ejemplo que se sucede exitosamente a lo largo de unos sesenta
años (c. 1867-1930). En esta sección del capítulo revisaremos las
construcciones inspiradas en territorios exóticos en el interior de las
exposiciones, las cuales siguieron construyéndose hasta la década de
1940, aun cuando las colonias ya habían dejado de ser provechosas, bien
política o económicamente. Por lo que también podría afirmarse que el
hecho colonial, desde la mitad del siglo XIX hasta la mitad del XX,
contribuyó a que la vieja Europa fuera más moderna.
En general, las exposiciones podrían definirse como una manifestación
pública organizada de productos agrícolas, industriales, científicos o
artísticos con la finalidad de promover la producción, el comercio y la
cultura, a la vez que estimular el interés público. Se trata también de
acontecimientos que contribuyen fuertemente a comunicar los logros
imperialistas, gracias a la incorporación en el discurso expositivo de
elementos etnográficos propios de las culturas dominadas por la metrópoli
e, incluso, la exhibición de los mismos individuos que habitaban en los
territorios coloniales. En estas grandes ferias se mostraban los grandes
avances de la técnica, al lado de las últimas obras artísticas aceptadas por
la Academia del arte, o de los objetos etnográficos traídos desde los países
más remotos.
La celebración desordenada de estos acontecimientos, desde la primera
exposición aplaudida en Londres en 1851 hasta las que tuvieron lugar a
finales del siglo XIX, empieza a suscitar cierta inquietud entre los
diferentes países que habitualmente participaban en ellos, principalmente
por lo que a la financiación se refiere y por la calidad de los objetos
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