Marina Muñoz Torreblanca - Tesis

exhibiciones se prima el lado más llamativo del Otro, por lo que antes de
ensalzar los objetos, se destacará el exotismo de los indígenas.
La exhibición de personas que se dio en estos acontecimientos, y que
trataremos a continuación para el caso de la Exposición de 1889 y más
detalladamente para el caso de España en los capítulos tercero y cuarto, no
se trató sólo de muestras aisladas de interés y carácter antropológico.
También supuso un objeto de atracción para los visitantes y, por tanto, un
espectáculo con el que el público podía ir a amenizarse. Las personas
procedentes de países exóticos no siempre participaron en estrictos “actos
de exhibición” sino que, en muchas ocasiones, actuaron como elementos
de ayuda para contextualizar los pabellones, aprovechados como personal
de soporte, vendedores, guías, vigilantes de sala… al igual que también lo
serían los empleados de los restaurantes o de mercadillos exóticos, que
fueron atendidos por personas con la indumentaria de países lejanos. De
algún modo, esta última causa nos acerca, una vez más, a la teoría de la
cultura popular y nos relaciona de nuevo las exposiciones con los
mercados medievales y las ferias preindustriales, que acostumbraban a
contar con espectáculos de grupos de cómicos y animadores.
Las exposiciones tuvieron también grandes consecuencias urbanísticas.
Sus recintos se ubicaban normalmente en la periferia de una gran ciudad,
en zonas de baja densidad urbana o todavía sin urbanizar. A veces estos
certámenes se celebraron sobre parques ya construidos, como la
exposición de Londres de 1851, la de Viena de 1873, la de Filadelfia de
1876… Al ser necesarios grandes espacios vacíos para construir las
diferentes instalaciones, se puso de manifiesto que estos eventos, al ir
acompañados de un proyecto de construcción imprescindible para su
celebración, tenían el poder de urbanizar alrededores, por lo que también
se utilizaron de forma consciente para consolidar nuevos ejes de
expansión urbana. No obstante, la mayoría de las edificaciones para las
exposiciones, sobre todo en el caso de los pabellones extranjeros, fueron
de carácter efímero, lo que significa que han dejado un escaso legado
arquitectónico. Por ello, el discurso arquitectónico de las construcciones
forasteras temporales, que a menudo se esforzaba en destacar su lado más
exótico, sólo puede reconstruirse actualmente a través de fotografías y de
las crónicas de la prensa escrita sobre las exposiciones.
En 1867 se presenta por primera vez, en París, un nuevo espacio
expositivo que rompe con todo lo visto hasta entonces en el panorama de
las exposiciones. Se trata de un espacio único, compartido por diferentes
países, en donde se erigen pabellones representativos de algunas naciones
que concurren a la muestra. Generalmente, estos efímeros edificios
trataban de representar la arquitectura o arquitecturas del país de origen,
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