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Marina Muñoz Torreblanca - Tesis

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seres salvajes, habitantes de los bosques, las montañas y las islas, hasta la<br />

tradición judeocristiana, en la que la naturaleza salvaje y hostil como en el<br />

caso del desierto de la imagenería religiosa en la que los anacoretas<br />

purificaban su alma y participaban de la unión con Dios.<br />

Durante la Edad Media se extendió el mito de un hombre salvaje y peludo,<br />

habitante imaginario de los bosques y personaje importante de la literatura<br />

(como el mago Merlín que se exilia en el bosque y vuelve convertido en<br />

salvaje), de las leyendas populares y del arte. El Homo sylvaticus o el<br />

Homo agrestes 370 reaparecen en las ciencias políticas y naturales del siglo<br />

XVIII bajo la forma del “buen salvaje” de Rousseau y del homo ferus de<br />

Linneo. Montaigne, en uno de sus más famosos ensayos, De los caníbales,<br />

recobró el antinguo mito del hombre salvaje para construir un modelo<br />

imaginario que pudiese revelar, en una crítica irónica, los daños<br />

provocados por los artificios de la civilización tal y como se avanzó en el<br />

primer capítulo.<br />

Al igual que ya existía un “salvaje europeo” antes de la llegada de “los<br />

salvajes de las colonias”, también hubo exhibición de personas en otros<br />

lugares. Como se apuntó en el capítulo anterior, Occidente no tiene el<br />

monopolio de la exhibición del Otro también lo hicieron Egipto y Japón 371<br />

en una práctica entendida como universal, que se inscribe en la voluntad<br />

de construcción de un saber naturalista. Pero la voluntad de conocimiento<br />

del Otro es una “especialidad” de la ciencia occidental que, gracias al<br />

desarrollo de los imperios coloniales, pudo ponerse en marcha,<br />

estableciendo circuitos de exhibiciones antropológicas y etnográficas. Sin<br />

el hecho colonial hubiera sido más difícil o, por lo menos, menos<br />

frecuente. La necesidad de conocimiento pasa por exhibir al Otro a través<br />

de una supuesta objetivación, que se producía mediante un separador, esto<br />

es, una cerca o una cadena, que delimitaba el espacio al exhibido y<br />

marcaba la frontera para el visitante, como si el Otro pudiera suponer un<br />

peligro para el visitante-observador.<br />

Este “espectáculo de la realidad” o “zoos humanos” era una<br />

representación auténtica de los cuerpos, los comportamientos y los modos<br />

de vida de los individuos venidos desde lejos a fin de darle al espectador<br />

el placer del contacto con “el extraño”, de poder conocer a través de la<br />

identificación de lo desconocido y de aliviarse por el proceso de<br />

370 Véase la ilustración 5 [revisar] del apéndice documental en la que se reproduce<br />

una escena del mito medieval del Homo sylvestris.<br />

371 BOËTSCH, G. y ARDAGNA, Y., “ Zoos humains: le “sauvage” et<br />

l’antropologue ” en BANCEL, N., et al. (dirs.), Zoos humains: de la vénus<br />

hottentote aux reality shows, París: La Découverte, 2004, p. 55.<br />

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