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LECTURAS DE PRIMERA SEMANA DE JUNIO DE 2011 - Insumisos

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triangulación estratégica entre el gobierno de México, la Agencia Central de Inteligencia estadunidense (CIA)<br />

y el narcotráfico que, sostiene el autor, se efectúa al más alto nivel. Este hilo argumental lo lleva a identificar<br />

una nueva etapa del viejo triángulo con la llegada del PAN al gobierno, en 2000, y la fuga del Chapo Guzmán<br />

de un penal de alta seguridad.<br />

No hace falta suscribirse a ninguna teoría conspirativa para comprender que la "guerra" o "combate" al<br />

crimen organizado del actual gobierno no es una bravuconada del sastrecillo valiente (y que de pilón le daría<br />

una legitimidad que las urnas no le dieron), sino parte de un plan de control más vasto. En otros tiempos, las<br />

acciones binacionales de inteligencia tuvieron propósitos políticos (anticomunismo, antisubversión), hoy<br />

llevan la tonada en el crudo y simple negocio de un capitalismo desbordado que perjudica al país pero<br />

favorece a los actores del juego.<br />

Para entender el papel de los nuevos personajes colaboracionistas, como el jefe policiaco Genaro García<br />

Luna o la procuradora Marisela Morales, ampliamente apoyados por Washington, hacen falta algunos<br />

antecedentes. Según el reportero de New York Times y biógrafo no oficial de la CIA, Tim Weiner, hacia 1970<br />

la influencia de la agencia pesaba en la casi totalidad de los países del hemisferio occidental. "En México, el<br />

presidente de la República trataba directamente con el jefe de la estación local de la CIA, no con el<br />

embajador de Estados Unidos, y en año nuevo le hacían llegar a su domicilio un informe personal del director<br />

de la central de inteligencia" (Legado de cenizas: la historia de la CIA, Anchor Books, Nueva York; traducido<br />

por Debate, México, 2008).<br />

Dale Scott sostiene reiteradamente que los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría trabajaban para<br />

la CIA. Y más aún los directivos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Dos de ellos, José Antonio Zorrilla<br />

Pérez y Miguel Nazar Haro, acabaron cayendo presos luego de dejar el cargo. El primero por el asesinato, en<br />

1984, del columnista e investigador Manuel Buendía, quien había revelado importantes "secretos" de la CIA<br />

en México, mientras también documentaba la corrupción en el sindicato petrolero y el gobierno, el<br />

crecimiento de la ultraderecha (como el caso de los Tecos) y sus catacumbas, así como otros secretos<br />

incómodos que a su muerte, un 30 de mayo hace 27 años, hicieron sospechosos del crimen a varios de los<br />

interesados. Acabó pagando el crimen un exdirector de la DFS, precisamente.<br />

El otro había sido detenido y procesado en 1981 "por contrabando de carros robados" en San Diego,<br />

California. Escribe Dale Scott: “Tanto FBI como CIA intervinieron para oponerse a la consignación de Nazar<br />

Haro, argumentando que éste era ‘un esencial, repetimos, esencial contacto de la estación de la CIA en<br />

México en materia de ‘terrorismo, inteligencia y contrainsurgencia’”. Dale Scott se permite recordarnos su<br />

actuación protagónica en la Brigada Blanca que ejecutó a la oposición radical con métodos brutales e<br />

ilegales la década anterior. Y añade que, a la disolución de la DFS, sus funciones se transfieren a la Dirección<br />

General de Investigaciones Políticas y Sociales, "que simplemente continuó proporcionando credenciales<br />

protectoras a los traficantes del más alto nivel".<br />

Dale Scott da por hecho que los gobiernos federales siguieron colaborando con la inteligencia estadunidense.<br />

Y hace un recorrido por las "aventuras" de la CIA y el gobierno con los narcos mexicanos. Por ejemplo la<br />

participación de Rafael Caro Quintero y Miguel Félix Gallardo en el puente Irán-Contras para doblegar a los<br />

sandinistas de Nicaragua, o la cercanía de Juan García Abrego y el cártel del Golfo con Raúl Salinas de<br />

Gortari, ya entrados los años 90, cuando su hermano Carlos gobernaba el país. Para entonces, “incluso la<br />

Procuraduría General de la República llegó a estar, hasta en un 95 por ciento, bajo control del narco, de<br />

manera que la agencia de justicia el país era en realidad un brazo del narcotráfico y servía de intermediaria<br />

entre el crimen organizado y el gobierno”.<br />

La premisa del capítulo que Dale Scott dedica a México en La máquina de guerra estadunidense es<br />

demoledora: “Para los años 80, puede sostenerse que el narcosistema prácticamente controlaba al gobierno<br />

mexicano”. Y citando a Jamie Dettmer ("Asuntos de familia: el empresario y político Carlos Hank González,<br />

presuntamente involucrado en el comercio de drogas", Insight, 29 de marzo de 1999), recoge la conclusión

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