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LECTURAS DE PRIMERA SEMANA DE JUNIO DE 2011 - Insumisos

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En la batalla hay un nosotros y un ellos, claramente definidos. En los últimos tiempos, esa diferenciación no<br />

provino de una determinación económica –como la noción de clases o la distinción entre poseedores y<br />

desposeídos, o entre pueblo y oligarquía–, sino de una pertenencia simbólica, a un linaje u otro del<br />

pensamiento y la cultura. No siempre es claro que ese dispositivo de reconocimiento, que solicita inclusión en<br />

un conjunto definido por ideas y nombres, esté ligado a una afirmación efectiva de los derechos de los<br />

desposeídos. A veces sí. Otras, se convierte en ariete para la deslegitimación de ciertas reivindicaciones, cuya<br />

sola manifestación pública puede señalarse como mella a la plenitud de ese pueblo que la tradición o el linaje<br />

ha coronado.<br />

Hace algunas semanas terminó en el Palais de Glace una muestra destinada al pensamiento nacional. La<br />

selección –convertida, metafóricamente, en selección nacional de fútbol– de pensadores suponía huecos<br />

ostensibles y omisiones discutibles. No se debe pensar que señalar ausencias –como las señalaron los muchos<br />

críticos que tuvo esa muestra– proviene, sólo, de reclamar un reconocimiento y una valoración para<br />

intelectuales como Borges, Viñas, Léonidas Lamborghini, Rozitchner, Astrada –por mencionar aquellos que<br />

en distintos artículos periodísticos fueron nombrados como ausentes–. Hay otro destino para esa indicación y<br />

es el de discutir el empobrecimiento que todo linaje padece cuando no se engarza con las disidencias o lima<br />

la criticidad de lo que incluye. La ausencia de Borges o Rozitchner es un problema para la valoración de esas<br />

obras, pero más aún lo es para un pensamiento nacional que se banaliza al no considerarlos.<br />

La banalización no tenía las ausencias como único índice. Era estética y lúdica al mismo tiempo, ya que los<br />

conflictos políticos y dramas históricos parecían resumirse en pelotazos y pisadas. No nos vamos a horrorizar<br />

como liberales cuando lo que nos atraviesa el cuerpo es la angustia ante el riesgo de volver superficial lo que<br />

consideramos relevante. No nos vamos a escandalizar como opositores cuando lo que nos cabe es la alarma<br />

por la fragilidad de las ideas con las que se sostiene, por momentos, el compartido entusiasmo. Pero cabe la<br />

angustia y corresponde la alarma entre los que pertenecemos al mismo campo del antagonismo.<br />

¿Tanto por una muestra?, podrá decir, a la vez escandalizado, el entusiasta de la época. Y yo diré: para<br />

muestra cabe un botón o cada hecho es un documento o cada acto fallido un síntoma y así siguiendo. No<br />

estamos a las puertas de la catástrofe ni mucho menos, sino ante la emergencia de un campo de conflictos<br />

en el que quizá no sirvan los trazos habituales del campo político. Porque si el magno trazado es el que<br />

separa entre kirchneristas y antikirchneristas, también es cierto que al interior de cada espacio así definido<br />

hay niveles bien distintos de lucidez y de banalidad. Esa otra confrontación, transversal a la que lleva los<br />

nombres de la política de la época, es aquella que nos merecemos dar contra la reducción de lo que la<br />

coyuntura tiene de abierto, imaginativo y múltiple, en nombre de una identidad ya constituida y confortable<br />

en su cristalización. Toda reducción lleva en su frente el sello de la banalización.<br />

Y para ir más allá: ¿la propia idea de batalla cultural no nos obliga a banalizar a los oponentes, leerlos en sus<br />

aristas más burdas, a los efectos de ratificar la trinchera en la que nos situamos? Y al interpretar en esa<br />

superficie de necedad a los otros, ¿no nos condenamos al encierro en la propia reducción? ¿Al clasificar<br />

despojando de problemas esa clasificación, no forjamos los grilletes para nuestra propia palabra, que<br />

resultará impedida de actuar de un modo desclasificador? Pienso que la noción de hegemonía alude a otro<br />

movimiento, que es más bien el de la auscultación de una verdad posible o de un valor a afirmar o de un<br />

elemento que conviene –en el sentido más amplio, incluso astuto, de la idea de conveniencia– retomar. En<br />

este sentido, exige más disposición a una hermenéutica de la conversación que a la contundencia de la<br />

repetición de un slogan. El kirchnerismo ha tenido una profunda capacidad de producir esas intervenciones<br />

hegemónicas. Es claro en el caso de los derechos humanos o en el de la ley de medios: se recupera un valor<br />

defendido por minorías activas y se lo convierte en política estatal. Y al hacerlo se articula una adhesión a<br />

esa política que va más allá de los partidarios del Gobierno. Salvo aquellos que fueron renuentes a esa<br />

valoración por ruinosas mezquindades (que los pueden llevar a elegir por Clarín en nombre de libertades<br />

democráticas que ese medio desmiente en su vida interna) o que eligieron reconocer los hechos<br />

desmintiendo las intenciones (provistos de la tesis de la impostura), el resto de los grupos y personas que<br />

intervienen en la esfera pública acordaron con el sostenimiento de esos valores.

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