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JESUS y EL ESPIRITU

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El Espíritu de Jesús 497<br />

que las provenientes de otros propagandistas religiosos (cf. Hch<br />

17, 32)35.<br />

Resumiendo, en los fenómenos carismáticos como tal no se<br />

daba nada específicamente cristiano. Colocando al primitivo cristianismo<br />

en el contexto de su propio tiempo, sale a la luz toda<br />

la ambigüedad que caracteriza a los carismas. Ni siquiera la afirmación<br />

de que un carisma es la experiencia y expresión de la<br />

gracia, ni aún eso, basta para distinguir a los carismas cristianos<br />

de fenómenos parecidos fuera del cristianismo, puesto que toda<br />

inspiración viene como experiencia de que se recibe un don del<br />

más allá, experiencia de que se trata de algo que se da y no se<br />

consigue por el propio esfuerzo. Esto no quiere decir que los<br />

carismas dejen de ser algo importante dentro de la comunidad<br />

paulina. De ninguna manera. Nada de lo que se ha dicho en los<br />

capítulos VII y VIII pierde valor ante la conclusión que ahora<br />

sacamos: la ambigüedad de la manifestación de lo divino no implica<br />

que esa manifestación sea menos esencial para la vida espiritual<br />

y comunitaria. Lo que la conclusión a que hemos llegado<br />

sginifica es sencillamente esto: 1) los carismas en cuento tales<br />

no se podían tomar como señal de una experiencia específicamente<br />

cristiana o de un estado superior de experiencia dentro de la<br />

cristiandad (esto en contra de los gnósticos corintios), como tampoco<br />

eran señal de una misión especial como servidor de Cristo<br />

(en contra de los «falsos apóstoles» corintios). Dicho de otro<br />

modo, se confirma y se resalta el peligro de la experiencia carismática<br />

y la necesidad de controlar los carismas dentro de la<br />

comunidad cristiana (cap. VIII). 2) Puesto que la experiencia carismática<br />

como tal no nos lleva al corazón mismo de la experiencia<br />

específicamente cristiana, quiere decir que tenemos que seguir<br />

ahondando e investigando otros aspectos de la experiencia religiosa<br />

de Pablo.<br />

35. Cf. el ataque de Celso contra el cnstrarusmo en el siglo I1, de<br />

lo que se ofrece un ejemplo antes (§ 52, 3). Por otra parte deberíamos<br />

recordar el auge vigoroso y crudo de lo milagroso en los evangelios apócrifos<br />

y en los Hechos de los siglos II y 111; véase E. HENNEcKE, Apocrypha<br />

I-II; también los ensayos de G. W. H. LAMPE Y M. F. WILES,<br />

en C. F. D. MOULli, Míracles, cap. 13 y 14.<br />

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