JESUS y EL ESPIRITU

544 Jesús y el, Espíritu
puede manifestarse plenamente en la comunidad de quienes participan
en esa muerte y vida.
En tercer lugar, quizás deberíamos tratar de clarificar lo que
parece como una curiosa ambivalencia en el pensamiento de Pablo
respecto de la vida en este mundo de la carne, del cuerpo físico.
Considera a la carne como fuente continua de peligro y desastre
potencial, y, sin embargo, la mira, al mismo tiempo, como locus
de la revelación divina. Donde la paradoja se expresa con más
fuerza es en 2 Co 12, 7 ss., donde a la debilidad se la considera
como la obra de Satanás y como el medio del poder divino. No
hay duda de que esta actitud positivo-negativa sale a flote a causa
de que Pablo reconoce que aquí y ahora la vida es imposible
vivirla fuera del cuerpo, o separada de la carne, in absentia del
mundo. Pero no significa que esa exégesis de Pablo tenga que
operar con una distinción como la que habla de la vida según el
mundo-carne, y vida en el mundo-carne, contra una de las cuales
hay que luchar, mientras que la otra resulta inevitable para el
hombre como ser humano (véase p. 528 s.) 170. De hecho Pablo no
siempre tiene en cuenta tal distinción, empleando «en la carne»
tanto en el sentido de la vida que ya no lleva el creyente (Rm
7, 5; 8, 9) como para indicar su vida actual (2 Co 10, 3; Ca
2, 20; Flp 1, 22. 24; Flm 16), subrayando en todo ello la paradoja
de la expresión «vida en la carne», que es exactamente una
vida en y a través del medio que con más fuerza ata al creyente
a este mundo, el mismo medio y realidad que más amenaza la
vida espiritual del creyente, el medio a través del cual se manifiesta
con más plenitud la vida del Espíritu 171. Con otras palabras,
Pablo reconoce que aquí y ahora la vida tiene que vivirse en
cierto sentido en la carne, y en cierta medida en el sentido de la
carne, debido a lo cual se alegra de la existencia en el mundo,
170. Véase, ante todo, A. SAND, Der Begriff 'Fleiscb' in en pauliniscben
Hauptbrieien, Regensburg 1967, cap. 6 y pp. 298 s.; también aquí
p. 504 s.
171. Por tanto, las dos antítesis demasiado atrevidas, por ejemplo,
de A. SCHWEITZER, Mysticism, 129 (