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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

III<br />

ISIS - LA INICIACIÓN - LAS PRUEBAS<br />

En tiempo de los Ramsés, la civilización egipcia resplandecía en el<br />

apogeo de su gloria. <strong>Los</strong> faraones de la XX dinastía, discípulos y<br />

portaespadas de los santuarios, sostenían como verdaderos héroes la lucha<br />

contra Babilonia. <strong>Los</strong> arqueros egipcios hostigaban a los Libios, los<br />

Bodrones y los Númidas, hasta en el centro <strong>del</strong> África. Una flota de<br />

cuatrocientas velas perseguía a la liga de los cismáticos hasta las bocas <strong>del</strong><br />

Indus. Para resistir mejor al choque de la Asiria y de sus aliados, los Ramsés<br />

habían trazado caminos estratégicos hasta el Líbano, y construido una<br />

cadena de fuertes entre Mageddo y Karkemish. Interminables caravanas<br />

afluían por el desierto, de Radasich a Elefantina. <strong>Los</strong> trabajos de<br />

arquitectura continuaban sin descanso y ocupaban a obreros de tres<br />

continentes. La sala hipóstila de Karnak, cuyos pilares alcanzan la altura de<br />

la columna Vendóme, era reparada; el templo de Abydos se enriquecía con<br />

maravillas escultóricas, y el valle de les reyes con monumentos grandiosos.<br />

Se construía en Bubasta, en Luksor, en Speos e Ibsambul. En Thebas un<br />

arco de triunfo recordaba la toma de Kadesh. En Memphis el Rameseum se<br />

elevaba rodeado de un bosque de obeliscos, de estrellas, de monolitos<br />

gigantescos.<br />

En medio de aquella actividad febril, de aquella vida deslumbradora,<br />

más de un extranjero aspirante a los Misterios, venido de las playas lejanas<br />

<strong>del</strong> Asia Menor o de las montañas de la Tracia, llegaba a Egipto, atraído por<br />

la reputación de sus templos. Una vez en Memphis, quedaba asombrado.<br />

Monumentos, espectáculos, fiestas públicas, todo le daba la impresión de la<br />

opulencia, de la grandeza. Después de la ceremonia de la consagración real,<br />

que se hacía en el secreto <strong>del</strong> santuario, veía al faraón salir <strong>del</strong> templo, ante<br />

la multitud, y subir sobre su pavés llevado por doce oficiales de su estado<br />

mayor. Ante él, doce jóvenes ministros <strong>del</strong> culto llevaban, sobre cojines<br />

bordados en oro, las insignias reales: el cetro de los árbitros con cabeza de<br />

morueco, la espada, el arco y la maza de armas. Detrás iba la casa <strong>del</strong> rey y<br />

los colegios sacerdotales, seguidos de los iniciados en los grandes y pequeños<br />

misterios. <strong>Los</strong> pontífices llevaban la tiara blanca, y su pectoral chispeaba<br />

con el fuego de las piedras simbólicas. <strong>Los</strong> dignatarios de la corona llevaban<br />

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