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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

con arpegios y so nidos de flauta, suspiros jadeantes como un aliento<br />

abrasador. Envuelto en un sueño de fuego, el extranjero cerraba los ojos. Al<br />

volverlos a abrir, veía a algunos pasos de su lecho una aparición trastornadora<br />

de vida y de infernal seducción. Una mujer de Nubia, vestida con gasa de<br />

púrpura transparente, un collar de amuletos a su cuello, parecida a las<br />

sacerdotisas de los misterios de Mylitta, estaba allí en pie, cubriéndole con su<br />

mirada y manteniendo en su mano una copa coronada de rosas. Tenía ese<br />

tipo nubio cuya sensualidad intensa y chispeante concentra todas las potencias<br />

<strong>del</strong> animal femenino: pómulos salientes, nariz dilatada, labios gruesos como<br />

un fruto rojo y sabroso. Sus ojos negros brillaban en la penumbra. El novicio<br />

se había levantado y, sorprendido, no sabiendo si debía temblar o regocijarse,<br />

cruzaba instintivamente sus manos sobre el pecho. Pero la esclava avanzaba a<br />

pasos lentos, y, bajando los ojos, murmuraba en voz baja: “¿Tienes miedo<br />

de mí, bello extranjero?. Te traigo la recompensa de los vencedores, el<br />

olvido de las penas, la copa de la felicidad...”. Él novicio dudaba; entonces,<br />

como llena de cansancio, la nubia se sentaba sobre el lecho y envolvía al<br />

extranjero en una mirada suplicante como una larga llama. ¡Desgraciado de<br />

él si se atrevía a desafiarla, si se inclinaba sobre aquella boca, si se embriagaba<br />

con los pesados perfumes que subían de aquellos hombros bronceados!. Una<br />

vez que había cogido su mano, y tocado con los labios aquella copa, estaba<br />

perdido... Rodaba sobre el lecho enlazado en un abrazo abrasador. Pero<br />

después de satisfacer el deseo salvaje, el líquido que había bebido le<br />

sumergía en un pesado sueño. Cuando despertaba, se encontraba solo,<br />

angustiado. La lámpara lanzaba una luz fúnebre sobre su lecho en desorden.<br />

Un hombre estaba en pie ante él; era el hierofante, que le decía:<br />

— Has vencido en las primeras pruebas. Has triunfado de la muerte,<br />

<strong>del</strong> fuego y <strong>del</strong> agua; pero no has sabido vencerte a ti mismo. Tú que<br />

aspiras a las alturas <strong>del</strong> espíritu y <strong>del</strong> conocimiento, has sucumbido a la<br />

primera tentación de los sentidos, y has caído en el abismo de la materia.<br />

Quien vive esclavo de los sentidos, vive en las tinieblas. Has preferido las<br />

tinieblas a la luz; quédate, pues, en las tinieblas. Te advertí de los peligros a<br />

que te exponías. Has salvado tu vida; pero has perdido tu libertad. Quedarás<br />

bajo pena de muerte, como esclavo <strong>del</strong> templo.<br />

Si al contrario, el aspirante había tirado la copa y rechazado a la<br />

pecadora, doce neócoros provistos de antorchas, llegaban para rodearle y<br />

conducirle triunfalmente al santuario de Isis, donde los magos, colocados en<br />

hemiciclo y vestidos de blanco, le esperaban en asamblea plena. En el<br />

fondo <strong>del</strong> templo espléndidamente iluminado, veía la estatua colosal de Isis,<br />

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