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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

viviendas. Pero al día siguiente, en cuanto la luna mágica mostraba su<br />

creciente, volvían más ávidas dé escucharle. Krishna, al ver que se exaltaban<br />

con sus relatos, las enseñó a cantar con sus voces y a figurar con sus gestos las<br />

acciones sublimes de los héroes y de los dioses. A las unas dio vinas, de<br />

cuerdas vibrantes como almas; a las otras, címbalos, sonoros como los corazones<br />

de los guerreros, y tambores, que imitaban el trueno. Eligiendo a las más<br />

bellas, las animaba con sus pensamientos, y, con los brazos extendidos,<br />

andando y moviéndose en un sueño divino, las bailarínas sagradas<br />

representaban la majestad de Varuna, la cólera de Indra matando al dragón, o<br />

la desesperación de Maya abandonada. De este modo, los combates y la gloria<br />

eterna de los dioses, que Krishna había contemplado en sí mismo, revivían en<br />

aquellas mujeres dichosas y transfiguradas.<br />

Una mañana, las Gopis se habían dispersado. <strong>Los</strong> timbres de sus<br />

instrumentos variados, de sus voces musicales y alegres se habían perdido a<br />

lo lejos. Krishna, solo bajo el gran cedro, vio venir a las dos hijas de<br />

Nanda: Sarasvati y Nichdali, que se sentaron a su lado. Sarasvati, echando<br />

sus brazos alrededor <strong>del</strong> cuello de Krishna, y haciendo ruido con sus<br />

brazaletes, le dijo: “Al enseñarnos los cantos y las danzas sagradas, has hecho<br />

de nosotras las más dichosas de las mujeres; pero seremos las más desdichadas<br />

cuando te marches. ¿Qué será de nosotras cuando no te veamos más?. ¡Oh<br />

Krishna!. Sé nuestro esposo: mi hermana y yo seremos tus mujeres fieles, y<br />

nuestros ojos no tendrán el dolor de perderte”. Mientras Sarasvati hablaba así,<br />

Nichdali cerró los párpados como si cayera en éxtasis.<br />

— Nichdali; ¿Por qué cierras los ojos? — preguntó Krishna.<br />

— Está celosa — respondió Sarasvati riendo —. No quiere ver mis<br />

brazos rodeando tu cuello.<br />

— No — respondió Nichdali ruborizándose —: cierro los ojos para<br />

contemplar tu imagen que está grabada en el fondo de mí misma. Krishna,<br />

puedes marchar: no te perderé nunca. Krishna estaba pensativo. Rechazó<br />

sonriendo los brazos de Sarasvati, que apasionadamente oprimían su cuello, y<br />

mirando alternativamente a las dos mujeres, pasó sus brazos alrededor de sus<br />

talles. Primero posó su boca sobre los labios de Sarasvati, luego sobre los ojos<br />

de Nichdali. En esos dos largos besos, el joven Krishna pareció sondear y<br />

saborear todas las voluptuosidades de la tierra. Más, de repente, se estremeció y<br />

dijo:<br />

— Eres hermosa, ¡Oh, Sarasvati!, tú cuyos labios tienen el perfume <strong>del</strong><br />

ámbar y de todas las flores; eres adorable, ¡Oh Nichdali!, tú cuyos párpados<br />

velan profundos ojos y sabes sondear tu propia alma. Os amo a las dos. Pero<br />

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