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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

sin forma. El espíritu, actuando en el fondo de los cielos como sobre la tierra,<br />

debe tener un órgano; este órgano es el alma viviente, bestial o sublime,<br />

oscura o radiante, pero teniendo la forma humana, esta imagen de Dios.<br />

¿Qué ocurre en la muerte?. En la proximidad de la agonía, el alma<br />

presiente generalmente su próxima separación <strong>del</strong> cuerpo. Ella vuelve a ver<br />

toda su existencia terrestre en cuadros breves, de una sucesión rápida, de una<br />

claridad asombrosa. Pero cuando la vida agotada se detiene en el cerebro, ella<br />

se turba y pierde totalmente la conciencia. Si es un alma santa y pura, sus<br />

sentidos espirituales se han despertado ya por su disgregación gradual de la<br />

material. Ella ha tenido antes de morir, de un modo cualquiera, aunque sólo<br />

fuera por introinspección de su propio estado, el sentimiento de la presencia<br />

de otro mundo. A las silenciosas instancias, a las lejanas llamadas, a los vagos<br />

rayos de lo Invisible, la tierra ha perdido ya su consistencia, y cuando el alma<br />

se escapa al fin <strong>del</strong> cadáver frío, dichosa de su liberación, se siente ella<br />

arrebatada en una gran luz hacia la familia espiritual a que pertenece. Pero no<br />

pasa así con el hombre ordinario, cuya vida ha estado repartida entre los<br />

instintos materiales y las aspiraciones superiores. El se despierta con una<br />

semiconsciencia, como en el torpe sentir de una pesadilla. No tiene ya brazos<br />

para coger, ni voz para gritar; pero se acuerda, sufre, existe en un limbo de<br />

tineblas y de espanto. La única cosa que ve es su cadáver, <strong>del</strong> que está<br />

despegado, pero hacia el cual experimenta aún una atracción invencible.<br />

Porque por medio de aquél él vivía y ahora ¿Qué es él?. Se busca con espanto<br />

en las fibras heladas de su cerebro, en la sangre cuajada de sus venas, y no se<br />

encuentra ya. ¿Está muerto?. ¿Está vivo?. Quisiera ver, asirse a alguna cosa;<br />

pero no ve, no puede coger nada. Las tinieblas le encierran; a su alrededor, en<br />

él todo es caos. No ve más que una cosa, y ésta le atrae, y la causa horror... la<br />

fosforescencia siniestra de sus despojos; y la pesadilla comienza de nuevo.<br />

Ese estado puede prolongarse durante meses o años. Su duración<br />

depende de la fuerza de los instintos materiales <strong>del</strong> alma. Pero, buena o mala,<br />

infernal o celeste, el alma adquiere poco a poco conciencia de sí misma y de<br />

su nuevo estado. Una vez libre de su cuerpo, se escapará en los abismos de la<br />

atmósfera terrestre, cuyos ríos eléctricos la llevan de un lado a otro, y donde<br />

comienza a ver a los multiformes errantes, más o menos semejantes a ella<br />

misma, como resplandores fugaces en una bruma espesa. Entonces comienza<br />

una lucha vertiginosa, encarnizada, <strong>del</strong> alma aun adormecida, para subir a las<br />

capas superiores <strong>del</strong> aire, libertarse de la atracción terrestre y ganar en el cielo<br />

de nuestro sistema plánetario la región que le es propia y los guías amigos<br />

pueden únicamente mostrarle. Pero antes de oírlos y verlos, le es necesario<br />

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