09.05.2013 Views

Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

¡Qué profundo temblor, qué presentimiento misterioso debió agitar el<br />

alma de Teoclea cuando vio por vez primera a Pitágoras y oyó resonar su voz<br />

elocuente entre las columnas <strong>del</strong> santuario de Apolo!. Entonces sintió la<br />

presencia <strong>del</strong> iniciador que esperaba, reconoció a su maestro. Quería saber.<br />

Sabría por medio de él, e iba a hacer hablar a aquel mundo interior, aquel<br />

mundo que llevaba en sí misma. Él por su parte debió reconocer en ella, con la<br />

seguridad y penetración de su golpe de vista, <strong>del</strong> alma viva y vibrante que<br />

buscaba para ser intérprete de su pensamiento en el templo, e infundir en él un<br />

nuevo espíritu. Desde la primera mirada cambiada, desde la primera palabra<br />

dicha, una cadena invisible unió al sabio de Samos con la joven sacerdotisa,<br />

que le escuchaba sin decir nada, bebiendo sus palabras con sus grandes ojos<br />

atentos. No sé quién ha dicho que el poeta y la lira se reconocen en una<br />

vibración profunda al aproximarse uno al otro. Así se reconocieron Pitágoras y<br />

Teoclea.<br />

Desde el amanecer, Pitágoras tenía largas conferencias con los<br />

sacerdotes de Apolo llamados santos y profetas. Pidió él que la joven<br />

sacerdotisa fuese admitida para iniciarla en su enseñanza secreta y prepararla<br />

para su papel. Ella pudo así seguir las lecciones que el maestro daba todos los<br />

días en el santuario. Pitágoras estaba entonces en la fuerza de la edad. Llevaba<br />

su vestidura blanca ceñida a la egipcia, una banda de púrpura rodeaba su<br />

amplia frente. Cuando hablaba, sus ojos graves y lentos se posaban sobre el<br />

interlocutor y le envolvían en una cálida luz. El aire a su alrededor parecía<br />

volverse más ligero e intelectualizarse todo.<br />

Las conferencias <strong>del</strong> sabio de Samos con los más altos representantes de<br />

la religión griega fueron de la más extrema importancia. Se trataba no<br />

solamente de adivinación e inspiración, sino <strong>del</strong> porvenir de Grecia y de los<br />

destinos <strong>del</strong> mundo entero. <strong>Los</strong> conocimientos, los títulos y los poderes que<br />

había adquirido en los templos de Memphis y de Babilonia, le daban la mayor<br />

autoridad. Tenía el derecho de hablar como superior y como guía a los<br />

inspiradores de Grecia. Lo hizo con la elocuencia de su genio, con el<br />

entusiasmo de su misión. Para ilustrar su inteligencia, comenzó por contarles<br />

su juventud, sus luchas, su iniciación egipcia. Les habló de aquel Egipto,<br />

madre de Grecia, viejo como el mundo, inmutable como una momia cubierta<br />

de jeroglíficos en el fondo de sus pirámides, pero poseyendo en su tumba el<br />

secreto de los pueblos, de las lenguas, de las religiones. Desarrolló ante sus<br />

ojos los misterios de la grande Isis, terrestre y celeste, madre de los Dioses y<br />

de los hombres, y haciéndolos pasar por sus pruebas les sumergió con él en la<br />

luz de Osiris. Luego le tocó el turno a Babilonia, con sus magos caldeos, sus<br />

231

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!