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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Diosa, contenía los misterios profundos de la Mujer y de la tierra, y la otra, el<br />

Dios solar, revelaba los <strong>del</strong> Hombre y <strong>del</strong> Cielo.<br />

Se mostraba, pues, esplendorosa, fuera y encima de la urbe populosa, la<br />

pequeña ciudad de los elegidos. Su tranquila serenidad atraía los nobles<br />

instintos de la juventud, más nada se veía de lo que pasaba dentro, y se sabía<br />

que no era cosa fácil el ser admitido. Un sencillo seto vivo circundaba los<br />

jardines <strong>del</strong> instituto de Pitágoras, la puerta de entrada estaba abierta durante<br />

el día. Pero allí había una estatua de Hermes, y se leía sobre su zócalo: Eskato<br />

Bebeloi, ¡atrás los profanos!. Todo el mundo respetaba aquel mandato de los<br />

Misterios.<br />

Pitágoras era extremadamente difícil para la admisión de los novicios,<br />

diciendo que “no toda la madera sirve para hacer un Mercurio”. <strong>Los</strong> jóvenes<br />

que querían entrar en la asociación, debían sufrir unt iempo de prueba y de<br />

ensayo. Presentados por sus padres o por uno de los maestros, les permitían al<br />

pronto entrar en el gimnasio pitagórico, donde los novicios se dedicaban a los<br />

juegos de su edad. El joven notaba al primer golpe de vista, que aquel<br />

gimnasio no se parecía al de la ciudad. Ni gritos violentos, ni grupos ruidosos,<br />

ni fanfarronería ridícula, ni la vana demostración de la fuerza de los atletas en<br />

flor, desafiándose unos a otros y mostrándose sus músculos, sino grupos de<br />

jóvenes afables y distinguidos, paseándose dos a dos bajo los pórticos o<br />

jugando en la arena. Le invitaban ellos con gracia y sencillez a tomar parte en<br />

su conversación, como si fuera uno de los suyos, sin mirarle de arriba abajo<br />

con miradas sospechosas o sonrisas burlonas. En la arena se ejercitaban en la<br />

carrera, en el lanzamiento <strong>del</strong> venablo y <strong>del</strong> disco. También ejecutaban<br />

combates simulados bajo la forma de danzas dóricas, pero Pitágoras había<br />

desterrado severamente de su instituto la lucha cuerpo a cuerpo, diciendo que<br />

era superfluo y aun peligroso desarrollar el orgullo y el odio con la fuerza y la<br />

agilidad, que los hombres destinados a practicar las virtudes de la amistad no<br />

debía comenzar por luchar unos con otros y derribarse en la arena como<br />

bestias feroces; un verdadero héroe sabría combatir con valor, pero sin furia;<br />

porque el odio nos hace inferiores a un adversario cualquiera. El recién<br />

llegado oía aquellas máximas <strong>del</strong> maestro repetidas por los novicios,<br />

orgullosos de comunicarle su precoz sabiduría. Al mismo tiempo, le incitaban<br />

a manifestar sus opiniones, a contradecirles libremente. Animado por ello, el<br />

ingenuo pretendiente mostraba bien pronto a las claras su verdadera<br />

naturaleza. Dichoso de ser escuchado y admirado, peroraba y se expansionaba<br />

a su gusto. Durante aquel tiempo, los maestros le observaban de cerca sin<br />

corregirle jamás. Pitágoras llegaba de improviso para estudiar sus gestos y<br />

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