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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

dolor de todos los seres; y por otro, la ansiosa búsqueda <strong>del</strong> porqué de los<br />

hechos. Una paloma desgarrada por el gavilán, un perro expirando bajo la<br />

mordedura de una serpiente, le llenaban de horror. <strong>Los</strong> rugidos de las fieras<br />

aprisionadas en la jaula de los exhibidores, le parecían más dolorosos, más<br />

espantables aún que los estertores de sus víctimas y le producían<br />

estremecimientos no de temor, sino de compasión.<br />

¿Cómo, después de tales emociones, podía holgarse en los festejos<br />

reales, en las danzas gozosas, en los combates de elefantes, en las cabalgatas<br />

de hombres y mujeres que pasaban ante sus ojos a los sones de tambores y<br />

címbalos?.<br />

¿Por qué Brahmá creó este mundo lleno de espantosos dolores y de<br />

insensatos goces?. ¿Qué aspiraban, dónde iban todos aquellos seres?. ¿Qué<br />

buscaban esas bandadas de cisnes viajeros que volaban en primavera más altos<br />

que las nubes en busca de las montañas, tornando en la estación de las lluvias<br />

al Yamuna y al Ganges?. ¿Qué habría tras las oscuras moles <strong>del</strong> Nepal y los<br />

enormes domos nevados de los Himalayas, hincados en el cielo?.<br />

Ya que, en las noches sofocantes <strong>del</strong> estío el lánguido cantar de una<br />

mujer salía de las cimbradas galerías <strong>del</strong> palacio, ¿Por qué la solitaria estrella<br />

la alumbraba, rútila, sobre el rojo horizonte de la llanura tórrida, ardiente de<br />

fiebre y entorpecida de oscuridad?. ¿Era para decirle que también ella<br />

palpitaba de un amor inasequible?. ¿No se desgranaría quizá, en aquel mundo<br />

lejano, la misma melodía en el silencio <strong>del</strong> espacio?. ¿No reinaría allí también<br />

la misma languidez, idéntico deseo de infinito?.<br />

Alguna que otra vez, y como hablando consigo mismo, el joven<br />

Gautama había dirigido tales preguntas a sus amigos, a sus preceptores y a sus<br />

padres. Sus amigos le respondían riendo: “¡Qué nos importa a nosotros!”. El<br />

brahmán preceptor le había dicho: “<strong>Los</strong> sabios ascetas tal vez lo sepan”. Sus<br />

padres susurraban: “Brahmá quiere que se ignore”.<br />

Sujeto a la costumbre, Gautama se unió en matrimonio y hubo de su<br />

esposa un hijo llamado Raúla. Este acontecimiento no pudo disipar sus dudas<br />

ni variar el curso de sus pensamientos.<br />

Debían conmover al joven príncipe los tiernos lazos con que la dulce<br />

esposa y el inocente niño enlazaban su corazón. Más, ¿Qué representaban las<br />

caricias de una mujer y la sonrisa de un niño sobre esa alma torturada por el<br />

dolor <strong>del</strong> mundo?. No hacían más que intensificar la fatalidad que lo sujetaba<br />

al dolor universal y su deseo de liberación devino más agudo.<br />

La leyenda ha juntado en un solo episodio las impresiones que<br />

condujeron a Gautama a su paso decisivo. Cuenta que, durante un paseo,<br />

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