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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Berezaiti. Asciende por el bosque de cedros hasta llegar a la gruta <strong>del</strong> águila,<br />

suspendida sobre el abismo. Allí contemplarás todas las mañanas al sol<br />

naciente al emerger de los enhiestos picos. Durante el día, ruega al Señor <strong>del</strong><br />

Sol que se manifieste en ti. En el transcurso de la noche aguárdale y eleva tu<br />

alma hacia los astros, como una lira inmensa. Esperarás durante mucho tiempo<br />

a Dios, porque Arimán tratará de interponerse en tu sendero. Pero una noche,<br />

en la paz de tu alma, surgirá otro sol más brillante aún que el que inflama las<br />

cimas <strong>del</strong> monte Berezaiti: el sol de Ahura-Mazda. Escucharás su voz y él te<br />

dictará la ley de los arios.<br />

Cuando hubo llegado la época de su retiro, dijo Zoroastro a su maestro:<br />

— Pero, ¿Dónde hallaré a la cautiva atada en Baktra, arrastrada bajo la<br />

tienda <strong>del</strong> turanio, sangrando bajo su látigo?. ¿Cómo arrancarla de sus garras?.<br />

¿Cómo apartar de mis ojos aquel bello cuerpo atado, salpicado de sangre, que<br />

sin cesar grita y me llama?. ¡Ay!, ¿No veré ya nunca a la hija de los arios, la<br />

que recoge el agua luminosa bajo los pinos odorantes y cuyos ojos dejaron en<br />

mi corazón sus flechas de oro y sus azules dardos?. ¿Cuándo veré otra vez a<br />

Arduizur?.<br />

Vahumano permaneció un instante sin decir palabra. Se empañaron sus<br />

ojos fijos, embotados como las ramas heladas de los abetos invernales. Una<br />

tristeza inmensa parecía pesar sobre el anciano semejante a la que planea<br />

sobre las cumbres <strong>del</strong> Albordj, huido el sol.<br />

Por fin, solemnemente, tendió el brazo derecho murmurando:<br />

— Lo ignoro, hijo mío. Ahura-Mazda te lo dirá... ¡Vé a la montaña!.<br />

El vellón <strong>del</strong> carnero por abrigo, pasó Zoroastro diez años en el confín<br />

<strong>del</strong> gran bosque de cedros, bajo la gruta, junto al abismo.<br />

Nutríale la leche de los búfalos y el pan que los pastores de Vahumano<br />

le llevaban de cuando en cuando. El águila que anidaba entre las rocas, encima<br />

de su gruta, anunciaba la aurora con sus chillidos.<br />

Cuando el astro de oro disipaba las nieblas <strong>del</strong> valle, llegaba con gran<br />

rumor de alas al umbral de la caverna como para ver si el solitario dormía.<br />

Luego, describía varios círculos sobre el abismo y partía, rauda, hacia el llano.<br />

Pasaron años, según los libros persas, antes de que oyera Zoroastro la<br />

voz de Ormuz y contemplara su gloria. Al principio, le acometía Arimán con<br />

sus legiones furiosas.<br />

Transcurrían los días tristes y desolados para el discípulo de Vahumano.<br />

Terminadas sus meditaciones, los ejercicios espirituales y las plegarias<br />

diurnas, pensaba en el destino de los arios opresos y corrompidos por el<br />

enemigo. A menudo, veníale también al pensamiento la suerte de Arduizur.<br />

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