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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

esclava a Arduizur. Si nadie la quiere, la ofreceremos como pasto a las dos<br />

serpientes de Arimán.<br />

Ardjasp vio cómo un largo escalofrío estremecía de pies a cabeza el<br />

bello cuerpo de Arduizur.<br />

Un caudillo turanio de tez anaranjada y entrecerrados ojos, se a<strong>del</strong>antó.<br />

Ofreció el sacrificio de sangre ante el fuego y ambas serpientes, y bajó la<br />

cabeza hasta colocarla bajo los pies de Zohak. Así cumplió el juramento.<br />

Semejaba la cautiva un águila herida. Cuando el brutal turanio puso la<br />

mano sobre la bella Arduizur, dirigió ésta los ojos hacia Urdjasp. Un dardo<br />

azul salió de sus pupilas y un grito de su garganta:<br />

— ¡Sálvame!.<br />

Ardjasp se lanzó espada en mano, contra el caudillo, pero los<br />

guardianes de la cautiva le detuvieron con intento de atravesarle con sus<br />

lanzas, cuando el rey Zohak gritó:<br />

— ¡Deteneos!. ¡No toquéis a este caudillo!.<br />

Y dirigiéndose al joven ario:<br />

— Ardjasp — dijo —, te otorgaré la vida ofreciéndote esa mujer si me<br />

prestas juramento y te sometes a nuestro Dios.<br />

Ante tales palabras oprimióse Ardjasp las sienes, inclinó la cabeza y se<br />

dirigió hacia los suyos. El turanio retuvo su presa, lanzó otro grito Arduizur, y<br />

esta vez Ardjasp se hubiera dejado matar si no le retuvieran sus compañeros<br />

oprimiéndole la garganta hasta casi ahogarlo.<br />

Moría la tarde, oscurecióse el sol y Ardjasp no vio más que un río<br />

inmenso de sangre roja, la sangre de toda la raza turania que ardía en deseos<br />

de verter por la víctima, la divina Arduizur, herida y arrastrada por el lodo.<br />

Ardjasp cayó al suelo sin conocimiento.<br />

Cuando el joven jefe recobró los sentidos bajo la tienda donde le<br />

transportaron sus compañeros, distinguió a lo lejos a una mujer atada sobre la<br />

silla de un caballo. Un caballero montó sobre el bruto, oprimió con sus brazos<br />

a la mujer y un séquito de turanios armados de puntiagudas lanzas subidos<br />

sobre caballos negros se lanzó en su seguimiento. Y pronto, caballos, grupas,<br />

cascos arrojados al viento, desaparecieron tras una nube de polvo con la horda<br />

salvaje.<br />

Entonces Ardjasp se acordó de las palabras de Arduizur pronunciadas<br />

junto a la fontana luminosa, bajo los pinos odorantes: “Aquel que beba de esta<br />

agua será abrasado por una sed inextinguible. Sólo un Dios logrará apagarla”.<br />

Sentía sed en la sangre de sus venas, en la médula de sus huesos, sed de<br />

venganza y de justicia, sed de luz y verdad, sed de poderío para liberar a<br />

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