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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

I<br />

LA ESFINGE<br />

Frente a Babilonia, metrópoli tenebrosa <strong>del</strong> despotismo, Egipto fue en<br />

el mundo antiguo una verdadera ciuda<strong>del</strong>a de la ciencia sagrada, una escuela<br />

para sus más ilustres profetas, un refugio y un laboratorio de las más nobles<br />

tradiciones de la Humanidad. Gracias a excavaciones inmensas, a trabajos<br />

admirables, el pueblo egipcio nos es hoy mejor conocido que ninguna de las<br />

civilizaciones que precedieron a la griega, porque nos vuelve a abrir su<br />

historia, escrita sobre páginas de piedra. (Champollion, L’Egypte sous les<br />

Pharaoro; Bunsen, Aegyptiscfae Alterthümer; Lepsius, Denlunaeler; Paul<br />

Pierret, Le livre des Morts; Francois Lenormant, Histoire des Peuples de<br />

l’Orient; Máspero, Histoire andenne des Peuples de l’Orient, etc.). Se<br />

desentierran sus monumentos, se descifran sus jeroglíficos, y sin embargo, nos<br />

falta aún penetrar en el más profundo arcano de su pensamiento. Ese arcano<br />

es la doctrina oculta de sus sacerdotes. Aquella doctrina, científicamente<br />

cultivada en los templos, prudentemente velada bajo los misterios, nos<br />

muestra al mismo tiempo el alma de Egipto, el secreto de su política, y su<br />

capital papel en la historia universal.<br />

Nuestros historiadores hablan de los faraones en el mismo tono que de<br />

los déspotas de Nínive y de Babilonia. Para ellos, Egipto es una monarquía<br />

absoluta y conquistadora como Asiria, y no difiere de ésta más que porque<br />

aquélla duró algunos miles de años más. ¿Sospechan ellos que en Asiria la<br />

monarquía aplastó al sacerdocio para hacer de él un instrumento, mientras<br />

que en Egipto el sacerdocio disciplinó a los reyes, no abdicó jamás ni aun<br />

en las peores épocas, arrojando <strong>del</strong> trono a los déspotas, gobernando siempre<br />

a la nación; y eso por una superioridad intelectual, por una sabiduría<br />

profunda y oculta, que ninguna corporación educadora ha igualado jamás en<br />

ningún país ni tiempo?. Cuesta trabajo creerlo. Porque, bien lejos de<br />

deducir las innumerables consecuencias de ese hecho esencial, nuestros<br />

historiadores lo han entrevisto apenas, y parecen no concederle ninguna<br />

importancia. Sin embargo, no es preciso ser arqueólogo o lingüista para<br />

comprender que el odio implacable entre Asiria y Egipto procede que los dos<br />

pueblos representaban en el mundo dos principios opuestos, y que el<br />

pueblo egipcio debió su larga duración a una armazón religiosa y<br />

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