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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

los espacios, de lo más profundo de tus efluvios. Rodea al hijo de los<br />

Misterios con una muralla de diamante, y hazle ver en tu seno profundo los<br />

Espíritus <strong>del</strong> Abismo, de la Tierra y de los Cielos”.<br />

A estas palabras, un trueno subterráneo conmovió las profundidades <strong>del</strong><br />

abismo, y toda la montaña tembló. Un sudor frío heló el cuerpo <strong>del</strong> discípulo.<br />

Ya no veía a Orfeo más que a través de una humareda creciente. Por un<br />

instante, trató de luchar contra un poder formidable que le dominaba. Pero su<br />

cerebro quedó sumergido; su voluntad, aniquilada. Tuvo las angustias de un<br />

ahogado que traga el agua a pleno pecho, y cuya horrible convulsión termina<br />

en las tinieblas de la inconsciencia.<br />

Cuando volvió al conocimiento, la noche reinaba a su alrededor; una<br />

noche mitigada por un semidía tortuoso, amarillento y de cieno. Miró largo<br />

tiempo sin ver nada. Por momentos sentía su piel rozada como por invisibles<br />

murciélagos. Por fin, vagamente creyó ver moverse en aquellas tinieblas<br />

formas monstruosas de centauros, de hidras, de gorgonas. Pero la primera cosa<br />

que divisó distintamente, fue una gran figura de mujer sentada sobre un trono.<br />

Estaba envuelta en un largo velo de fúnebres pliegues, sembrado de estrellas<br />

pálidas, y llevaba una corona de adormideras. Sus grandes ojos abiertos<br />

velaban inmóviles. Masas de sombras humanas se movían a su alrededor<br />

como pajarillos fatigados y murmuraban a media voz: “Reina de los muertos,<br />

alma de la tierra. ¡Oh Perséfona!. Nosotras somos hijas <strong>del</strong> cielo. ¿Por qué<br />

estamos sumidas en el reino de las sombras?. ¡Oh segadora <strong>del</strong> cielo!. ¿Por<br />

qué has cogido nuestras almas que volaban antes felices en la luz, entre sus<br />

hermanas, en los campos <strong>del</strong> éter?.<br />

Perséfona respondió: “He cogido el narciso, he entrado en el lecho<br />

nupcial. He bebido la muerte con la vida. Como vosotras, yo gimo en las<br />

tinieblas.<br />

— ¿Cuándo seremos libertadas? — dijeron las almas gimiendo.<br />

— Cuando llegue mi esposo libertador — respondió Perséfona.<br />

Entonces aparecieron mujeres terribles. Sus ojos estaban inyectados de<br />

sangre, sus cabezas coronadas de plantas venenosas. Alrededor de sus brazos,<br />

de sus talles medio desnudos, se retorcían serpientes que manejaban a su guisa<br />

de fustas: “¡Almas, espectros, larvas! — decían con voz silbante —, no creáis<br />

a la reina insensata de los muertos. Somos las sacerdotisas de la vida,<br />

tenebrosas, siervas de los elementos y de los monstruos de abajo, Bacantes en<br />

la tierra, Furias en el Tártaro. Somos nosotras vuestras reinas eternas, almas<br />

infortunadas. No saldréis <strong>del</strong> círculo maldito de las generaciones; nosotras os<br />

haremos entrar en él con nuestros látigos. Torceos para siempre entre los<br />

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