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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

los Faraones y que soy tu madre. Mira a tu alrededor ..., si tú quieres, algún<br />

día... todo esto te pertenecerá.<br />

Y con un gesto circular ella mostraba los obeliscos, los templos,<br />

Memphis y todo el horizonte.<br />

Una sonrisa desdeñosa pasó sobre el semblante de Hosarsiph, de<br />

costumbre liso e inmóvil como una cara de bronce.<br />

— ¿Quieres, pues, dijo él, que gobierne a este pueblo que adora a dioses<br />

con cabeza de chacal, de ibis y de hiena?. De todos esos ídolos, ¿Qué quedará<br />

dentro de algunos siglos?.<br />

Hosarsiph se bajó, cogió con su mano un puñado de arena fina y la dejó<br />

deslizarse a tierra entre sus dedos, ante los ojos de su madre asombrada.<br />

— Lo que queda aquí, añadió.<br />

— ¿Desprecias, pues, la religión de nuestros padres y la ciencia de<br />

nuestros sacerdotes?.<br />

— Al contrario, aspiro a ellas. Pero la pirámide está inmóvil. Es<br />

preciso que se ponga en marcha. Yo no seré un Faraón. Mi patria está lejos de<br />

aquí... Allá... en el desierto.<br />

— ¡Hosarsiph!, dijo la princesa con reproche, ¿Por qué blasfemas?. Un<br />

viento de fuego te ha traído a mi seno y, lo veo bien, la tempestad te llevará.<br />

Te he dado la vida y no te conozco. En nombre de Osiris, ¿Quién eres y qué<br />

va a hacer?.<br />

— ¿Lo sé yo mismo?. Osiris solo lo sabe y me lo dirá; pero dame tu<br />

bendición, ¡Oh madre mía!, para que Isis me proteja y la tierra de Egipto<br />

me sea propicia.<br />

Hosarsiph se arrodilló ante su madre, cruzó respetuosamente las manos<br />

sobre su pecho e inclinó la cabeza. Quitando de su frente la flor de loto que<br />

llevaba según costumbres de las mujeres <strong>del</strong> templo, ella se la dio a respirar, y<br />

viendo que el pensamiento de su hijo sería para ella un eterno misterio, se<br />

alejó murmurando una oración.<br />

Hosarsiph atravesó triunfalmente la iniciación de Isis. Alma de<br />

acero, voluntad de hierro, las pruebas no hicieron mella en él. Espíritu<br />

matemático y universal desplegó una fuerza de gigante en la inteligencia y el<br />

manejo de los números sagrados, cuyo simbolismo fecundo y aplicaciones eran<br />

entonces casi infinitos. Su espíritu desdeñoso de las cosas que no son más que<br />

apariencia y de los individuos que pasan, sólo respiraba con placer en los<br />

principios inmutables. De allá arriba, tranquila y seguramente, penetraba,<br />

dominaba todo, sin manifestar ni deseo, ni rebeldía, ni curiosidad.<br />

Tanto para sus maestros como para su madre, Hosarsiph era un<br />

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