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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

— Pues bien, ¡tú serás!. Te hemos preparado durante diez años. La luz<br />

se ha hecho en tu alma, pero falta todavía la actuación de la voluntad. ¿Te ha-<br />

llas presto?.<br />

Por toda respuesta extendió Jesús los brazos en forma de cruz y bajó la<br />

cabeza. Entonces el viejo terapeuta se prosternó ante su discípulo y besó sus<br />

pies, que inundó con un torrente de lágrimas mientras decía:<br />

— En ti, pues, descenderá el Salvador <strong>del</strong> mundo.<br />

Sumergido en un terrible pensamiento, el Esenio consagrado al magno<br />

sacrificio, lo dejó hacer sin moverse. Cuando el centenario se levantó, dijo<br />

Jesús:<br />

— Estoy presto.<br />

Miráronse de nuevo. La misma luz e idéntica resolución brillaban en los<br />

húmedos ojos <strong>del</strong> maestro y en la ardorosa mirada <strong>del</strong> discípulo.<br />

— Ve al Jordán — dijo el anciano —, Juan te espera para el bautismo.<br />

¡Ve en nombre de Adonai!.<br />

Y el Maestro Jesús partió acompañado de dos jóvenes esenios.<br />

Juan Bautista, en quien quiso reconocer luego Cristo al profeta Elias,<br />

representaba entonces la postrera encarnación <strong>del</strong> antiguo profetismo<br />

espontáneo e impulsivo.<br />

Rugía todavía en él uno de aquellos ascetas que anunciaron a los<br />

pueblos y a los reyes las venganzas <strong>del</strong> Eterno y el reinado de la justicia,<br />

impelidos por el Espíritu.<br />

Apretujábase en torno de él, como una ola, una multitud abigarrada,<br />

compuesta de todos los elementos de la sociedad de entonces, atraída por su<br />

palabra poderosa. Había en ella fariseos hostiles, samaritanos entusiastas,<br />

peajeros candidos, soldados de Herodes, barbudos pastores idumeos con sus<br />

rebaños de cabras, árabes con sus camellos y aun cortesanas griegas de Séforis<br />

atraídas por la curiosidad, en suntuosas literas con su séquito de esclavas.<br />

Acudían todos con sentimientos diversos para “escuchar la voz que<br />

repercutía en el desierto”. Hacíase bautizar el que quería, pero no se<br />

consideraba esto un entretenimiento.<br />

Bajo la palabra imperiosa, bajo la mano ruda <strong>del</strong> Bautista, se<br />

permanecía sumergido durante algunos segundos en las aguas <strong>del</strong> río. Y se<br />

salía purificado de toda mancha y como transfigurado. ¡Pero cuán duro el<br />

momento que transcurría!. Durante la prolongada inmersión, se corría el<br />

riesgo de perecer ahogado. La mayor parte creían morir y perdían el<br />

conocimiento. Decíase que algunos habían perecido. Pero eso no había hecho<br />

más que interesar más al pueblo en la peligrosa ceremonia.<br />

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