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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

vivamos como las bestias, y la iniciación, que da una esperanza más dulce a<br />

los que de ella participan, en cuanto al fin de esta vida y por toda la eternidad.<br />

Prestad atención a las palabras que vais a oir, a las cosas que vais a ver.<br />

DEMÉTER (con voz grave). — Hija amada de los Dioses, habita en<br />

esta gruta hasta mi vuelta y borda mi velo. El cielo es tu patria, el universo es<br />

tuyo. Tú ves a los Dioses; ellos acuden a tu voz. Pero no escuches la voz de<br />

Eros el astuto, de suaves miradas y pérfidos consejos. Guárdate de salir de la<br />

gruta y no recojas jamás las flores seductoras de la tierra; su perfume<br />

embriagador y funesto te haría perder la luz <strong>del</strong> cielo y hasta el recuerdo. Teje<br />

mi velo, y vive dichosa hasta mi vuelta, con las ninfas tus compañeras.<br />

Entonces, en mi carro de fuego, tirado por serpientes, te volveré a los<br />

esplendores <strong>del</strong> Eter, sobre la vía láctea.<br />

PERSÉFONA. — Sí, madre augusta y temible, por esta luz que te<br />

rodea y que me es cara, lo prometo, y que los Dioses me castiguen si no<br />

cumplo mi juramento. (Deméter sale).<br />

EL CORO DE LAS NINFAS. — ¡Oh Perséfona!. ¡Oh Virgen, Oh<br />

casta prometida <strong>del</strong> Cielo, que bordas la figura de Dios sobre tu velo!. Que no<br />

conozcas jamás las vanas ilusiones y los males innumerables de la tierra. La<br />

eterna verdad te sonríe. Tu esposo celeste, Dyonisos, te espera en el Empíreo.<br />

A veces se te aparece bajo la forma de un Sol lejano; sus rayos te acarician; él<br />

respira tu aliento y tú bebes su luz... De antemano os poseéis... ¡Oh Virgen!;<br />

¿Quién es más feliz que tú?.<br />

PERSÉFONA. — Sobre este azul de interminables pliegues bordó mi<br />

aguja de marfil las infinitas figuras de los seres de todas las cosas. He<br />

terminado la historia de los Dioses; he bordado el Caos terrible de cien<br />

cabezas y mil brazos. De allí deben salir los seres mortales. ¿Quién, pues, los<br />

hizo nacer?. El Padre de los Dioses me lo ha dicho; es Eros. Pero nunca le he<br />

visto, ignoro su forma. ¿Quién me describirá su rostro?.<br />

LAS NINFAS. — No pienses en ello. ¿Por qué esa vana pregunta?.<br />

PERSÉFONA (se levanta y arroja el velo). — ¡Eros!, el más antiguo y<br />

sin embargo el más joven de los Dioses, fuente inagotable de los goces y las<br />

lágrimas — pues así me han hablado de ti —, Dios terrible, sólo desconocido,<br />

único Invisible de los Inmortales y único deseable. ¡Misterioso Eros!, ¡qué<br />

turbación, qué vértigo me arrebata a tu nombre!.<br />

EL CORO. — No trates de saber más. Las cuestiones peligrosas han<br />

perdido a hombres y aun a Dioses.<br />

PERSÉFONA (fija en el vacío sus ojos llenos de espanto).— ¿Es un<br />

recuerdo?. ¿Es un presentimiento terrible?. ¡El Caos..., los hombres..., el<br />

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