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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Cáucaso; Mesopotamia cerca <strong>del</strong> Golfo Pérsico. Vio primero una flota de<br />

turanios arrebatar de nuevo la fortaleza de Baktra y profanar el templo de<br />

Ormuz. Luego, junto a las orillas <strong>del</strong> Tigris, vio levantarse la orgullosa Nínive,<br />

con multitud de torres, templos y palacios. Un gigantesco toro alado con<br />

cabeza humana, símbolo de su poderío, posábase sobre el arco de la ciudad. Y<br />

Zoroastro observó que el toro se transformaba en búfalo salvaje y asolaba las<br />

llanuras, pisoteaba los pueblos cercanos, de los cuales los puros arios huían en<br />

masa en dirección al Norte.<br />

Vio después, ciudad más vasta todavía, cercana al Eufrates, elevarse<br />

con su doble muralla y sus pirámides, la inmensa Babilonia. En el interior de<br />

uno de sus templos, dormía, enroscada, una colosal serpiente. El águila de<br />

Ormuz hendiendo los aires intentó atacarla. Pero la serpiente, erguida,<br />

rechazóla con su soplo de fuego y se fue vertiendo su veneno sobre los<br />

pueblos circundantes. Por fin vio Zoroastro al león alado avanzar victorioso a<br />

la cabeza de un ejército de persas y medos. Pero súbitamente el rey <strong>del</strong><br />

desierto transmutóse en tigre feroz que devoraba a los pueblos, destrozando a<br />

los sacerdotes en lo profundo de los santuarios consagrados al sol, a orillas <strong>del</strong><br />

Nilo.<br />

Despertó Zoroastro de su sueño, lanzando un grito de horror: “Si tal es<br />

el porvenir que amenaza a los arios, la raza de los puros y de los fuertes ―<br />

clamó el profeta —, he combatido en vano. Si así se cumple, desenvainaré mi<br />

espada que hasta el presente ha permanecido limpia de sangre enemiga, para<br />

templarla en sangre turania. Aunque viejo, avanzaré solo hacia el Irán para<br />

exterminar hasta el último de los hijos de Zohak. Para evitar la destrucción de<br />

mi pueblo me convertiré en la presa de Arimán... como la noble Arduizur.<br />

Entonces la voz de Ormuz se elevó como un leve murmullo, como el<br />

soplo de la brisa entre las ramas de los altos cedros, y dijo: “¡Detente, hijo<br />

mío!. ¡Depón tus ímpetus, gran Zoroastro!. No debe tu mano empuñar jamás<br />

la espada. Tu misión está cumplida. Asciende a la cumbre de la montaña<br />

desde donde se ve asomar al sol tras las crestas <strong>del</strong> monte Berezaiti. Has visto<br />

el porvenir con mirada de hombre; ahora lo contemplarás con los ojos de los<br />

Dioses... Allí brilla la justicia de Ormuz y te aguarda el Ángel de la Victoria”.<br />

— ¡Es la muerte! — murmuró la voz de Arimán desde el abismo<br />

tenebroso.<br />

— ¡Es la resurrección!. — clamó la voz de Ormuz desde el cielo.<br />

Y pronto percibió Zoroastro una especie de luminosa arcada que,<br />

partiendo de sus pies, se elevaba hacia el firmamento, aguda como el filo de<br />

una espada, luciente como diamante...<br />

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