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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

una condición, y es que, para comenzar, vengas a coger conmigo una flor de la<br />

pradera, la más hermosa de todas.<br />

PERSÉFONA (seria). — Mi madre augusta y sabia me lo ha<br />

prohibido. “No escuches la voz de Eros, me dijo, ni recojas las flores de la<br />

pradera. Si desobedeces, serás la más miserable de los Inmortales”.<br />

EROS. — Comprendo. Tu madre no quiere que conozcas los secretos<br />

de la tierra y de los infiernos. Si respirases las flores de la pradera te serían<br />

revelados.<br />

PERSÉFONA. — ¿<strong>Los</strong> conoces?.<br />

EROS. — Todos; y ya lo ves, soy por esto más joven y más ágil. ¡Oh<br />

hija de los dioses!, el abismo tiene terrores y escalofríos que el cielo ignora;<br />

pero no comprende el cielo quien no ha atravesado por la tierra y los infiernos.<br />

PERSÉFONA. — ¿Puedes hacérmelos comprender?.<br />

EROS. — Sí; ¡mira! (Toca la tierra con la punta de su arco; de ella<br />

sale un gran narciso).<br />

PERSÉFONA. — ¡Oh, qué admirable flor!. Hace temblar y surgir en<br />

mi corazón una divina reminiscencia. A veces, dormida sobre una cumbre de<br />

mi astro amado, que dora un eterno poniente, al despertar he visto flotar, en la<br />

púrpura <strong>del</strong> horizonte, una estrella de plata por el seno nacarado <strong>del</strong> cielo<br />

verde pálido. Me parecía entonces que ella era la antorcha <strong>del</strong> inmortal esposo,<br />

promesa de los dioses <strong>del</strong> divino Dionisos. Pero la estrella bajaba, bajaba... y<br />

la antorcha moría a lo lejos. Esta flor maravillosa parece aquella estrella.<br />

EROS. — Yo que transformo y uno todas las cosas, yo que hago de lo<br />

pequeño la imagen de lo grande, de la profundidad el espejo <strong>del</strong> cielo; yo que<br />

mezclo el cielo y el infierno sobre la tierra, que elaboro todas las formas en el<br />

profundo océano, he hecho renacer tu estrella <strong>del</strong> abismo bajo la forma de una<br />

flor, para que puedas tocarla, cogerla y respirarla.<br />

EL CORO. — ¡No olvides que esa magia puede ser un lazo que te<br />

tiende!.<br />

PERSÉFONA. — ¿Cómo llamas a es flor?.<br />

EROS. — <strong>Los</strong> hombres la llaman Narciso; yo la llamo Deseo. Ve cómo<br />

te mira, cómo se vuelve hacia ti. Sus blancos pétalos se estremecen como sí<br />

vivieran, de su corazón de oro se escapa un perfume que llena toda la<br />

atmósfera de voluptuosidad. En cuanto te lleves esta flor mágica a tu rostro,<br />

verás, en un cuadro inmenso y maravilloso, los monstruos <strong>del</strong> abismo, la tierra<br />

profunda y el corazón de los hombres. Nada quedará oculto para ti.<br />

PERSÉFONA. — ¡Oh flor maravillosa de embriagador perfume!, mi<br />

corazón palpita, mis dedos arden al tomarte. Quiero respirarte, apretarte contra<br />

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